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El Uniandino

Confesión de un matricida: Pascual Duarte, un hombre de carne y hueso



Es que la sangre parece como el abono de tu vida…

Aquellas palabras se me quedaron grabadas en la

cabeza con fuego y como con fuego grabadas

conmigo morirán (Cela, 191).


La Familia de Pascual Duarte no es sólo la confesión de un matricida, es también, como cualquier buena confesión, una justificación sacada desde las tripas y expuesta a todos, al lector, todavía caliente y palpitante, aunque cuidadosamente dispuesta. En la novela, Pascual, un campesino residente en Extremadura-España, encerrado en prisión por matar a un Conde en plena Guerra Civil (1936-1939), escribe sus memorias mientras espera la pena de muerte y en ellas confiesa haber asesinado a su madre, a un hombre que prostituía a su hermana y embarazó a su esposa, a una mula, a una perra y no se sabe a ciencia cierta si a su esposa.


El universo ficcional que se construye al interior de La familia de Pascual Duarte ha sido catalogado como tremendista gracias a su lenguaje desgarrador y sórdido, la aparición de personajes bajos como criminales o prostitutas y la construcción de un ambiente cruel, supersticioso y fatalista. Además, podríamos, tomándonos algunas flexibilidades y concediendo que no sería hasta 1970 que el concepto aparece, catalogarlo como un asesino en serie. Equivocadamente se ha partido de la deformación y deshumanización para describir -e imaginar- a quienes asesinan en serie; una prueba simple, pero diciente es el conjunto de sobrenombres para referírseles: el monstruo de Henan, Petiso Orejudo, el doctor de la muerte, etc. Aquí habremos de leer y analizar tres citas de la novela que tienen el propósito de bosquejar a Pascual Duarte que, como cualquier otro, como yo misma, es un hombre de carne y hueso.


“De mi niñez no son precisamente buenos recuerdos los que guardo. […] Ella le llamaba desgraciado y peludo, y él, como si esperara oír esa palabra para golpearla se sacaba el cinturón. […] La verdad es que la vida en familia poco tenía de placentera, pero como no nos es dado a escoger, sino que ya ̶ y aún, antes de nacer ̶ estamos destinados unos a un lado y otros a otros, procuraba conformarme con lo que me había tocado para no desesperar”. (116-119)


Pascual desde que nace está expuesto a un ambiente familiar conformado por la violencia, la promiscuidad de su madre, la homosexualidad nunca aceptada de su padre y, en general, un trato mutuo que encuentra sus bases en el primitivismo y el desenfreno de los instintos. También, es consciente del lugar que ocupa en el mundo, de sus posibilidades de ascender en la sociedad y de los hábitos y maneras que heredó de sus padres. Por si fuera poco, habita una doble exclusión: por un lado, es natural de Extremadura, un territorio español que linda con Portugal y, por otro lado, su casa está ubicada en el campo, lejos de cualquier población o pueblo al menos por doscientos pasos. En efecto, el ambiente social en el que Pascual crece y forja su escala de valores es complejo e influirá en la forma en la que lidiará con sus inseguridades como varón y los conflictos que ponen en duda su hombría.



“Mi madre tampoco lloró la muerte de su hijo: secas debiera tener las entrañas una mujer con corazón tan duro que unas lágrimas no le quedaran siquiera para señalar la desgracia de la criatura… De mi puedo decir, y no me avergüenzo de ello, que sí lloré, así como mi hermana Rosario, y que tal odio llegué a cobrar con mi madre, y tan deprisa había de crecerme, que llegué a tener miedo de mí mismo. ¡La mujer que no llora es como la fuente que no mana, que para nada sirve!” (134).


A lo largo de toda la novela, Pascual nos conduce y enseña el resentimiento que poco a poco guardará contra su madre: por su ausencia de maternidad y compasión hasta el punto de no llorar la muerte de su hijo menor y abandonarlo cuando descubrió que había nacido enfermo, por su promiscuidad y desenfreno sexual, por transgredir y oponerse radicalmente a todo imaginario femenino, por la violencia en la crianza y el reflejo que ella misma es de él y su carácter. En este punto, como lectores debemos ser cautelosos y entender que, aunque es posible que todo sea, de hecho, cierto, quién narra la historia es Pascual y siempre que pueda tratará de justificar desde las palabras y el pensamiento sus acciones irracionales e impulsivas, generando la ilusión de que él nunca tuvo otra opción que no fuera la violencia, que él es una víctima de las circunstancias, del destino.


“Voy a continuar mi relato; triste es, bien lo sé, pero más triste todavía me parecen estas filosofías, para las que no está hecho mi corazón: esa máquina que fabrica la sangre que alguna puñalada ha de verter” (142).


Es interesante cómo en la novela tenemos acceso a dos Pascuales que, aunque pueden percibirse como dicotómicos, son en realidad dos caras de una misma moneda: el ser humano. En el primer capítulo, se narra cómo Pascual asesina a su animal de compañía, una perra fiel y obediente, a escopetazos; en el quinto, viola a la que será su futura esposa sobre la tumba de su hermano recién muerto (es una escena compleja porque, a ojos de Pascual, Lola parece disfrutarlo y al final estar de acuerdo con lo que pasó); en el noveno, asesina a la mula que supuestamente causaría el aborto de su primer hijo por un mal descabalgamiento; y, en el último, en una especie de forcejeo que se asemeja mucho a la escena de violación en el libro, asesina a su madre a puñaladas. Sin embargo, y leyéndolo en esta tercera cita, Pascual Duarte también es un hombre sensible y franco capaz de sentir tristeza, amor, remordimiento y que reflexiona sobre el mundo, del que está excluido en su celda, y sobre sí mismo. Al leer sus confesiones no sólo somos testigos de sus puntos más álgidos de crueldad y violencia, sino también del amor que le profesa a su hermana y su esposa, sus preocupaciones como padre primerizo y la muerte temprana de su hijo, sus carencias en la infancia, la ingenuidad que atraviesa su forma de ser, la horrenda muerte de su hermano enfermo, el mundo siniestro que lo oprime y lo priva de sus sentimientos y sueños más profundos.


Alrededor de la violencia, y especialmente de los sujetos que la ejercen reiteradamente, como sociedad hemos construido un imaginario de contrastes extremos y ética maniquea que la deforma hasta la monstruosidad. Incluso en películas recientemente galardonadas como Jojo Rabbit la explicación que se hace para momentos históricos tan profundamente complejos y dolorosos como lo fueron la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto es el absurdo y la infantilización. Hay, sin embargo, una propuesta de lectura diferente en La familia de Pascual, una propuesta que permite al preso y al asesino narrar en primera persona y con lujo de detalles su vida y sus crímenes, las violencias de las que fue víctima y luego victimario, las posibilidades que una vez tuvo de ser otro, la escritura como forma última de sentido, organización y razonamiento de un pasado que pesa en la nuca. Un paso fundamental para hablar de Justicia y de Verdad es reconocer al otro, al perverso, como un tú; igual de válido, de razonable, de humano, y entender que, ese cualquiera pudo con su par de manos, con cinco dedos cada una, con una uña por cada dedo, apretar el puñal con el que mataría a su propia madre, y juzgarlo.


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Por: Laura Sepúlveda



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