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El Uniandino

En el nombre de la madre, la hija y el espíritu yeguaza

Cuando cae la noche, el centro de Bogotá cobra más vida que de costumbre. Bajando por el Eje Ambiental (específicamente, a unas dos cuadras del Parque de los Periodistas), hay un espacio cultural llamado Espacio Odeón. Ese día un clima de celebración se percibía en el ambiente —dentro del lugar los reflectores bañaban de luz de violeta neón una pasarela improvisada, la cual estaba rodeada por una multitud que se hacía cada vez más grande con cada minuto. En la pura esquina se encontraba le deejay Pantera tocando música en su tornamesa, mientras que detrás de elle se estaba reproduciendo una muestra audiovisual que mostraba un montaje de bailarinas. Entre el barullo de la gente llegó Demonia Yeguaza. Llevaba un sombrero negro de ala ancha que cubría la mitad de su rostro, fishnets y un pantalón negro de cuero que dejaba todo su derrière al descubierto. Cogió el micrófono y gritó a todo pulmón “somos cuerpas subversivas y nos vamos a tomar este espacio”.



Minutos después, el beat de una canción electrónica llenó el ambiente. Era hora del name roll: la actriz Alejandra Villalba, una mujer rubia de unos veintitantos años, acompañaba el ritmo de la música con un chant. Esto, en palabras de la drag queen y activista trans mexicana Suzeth Balanzario, es una forma de canto que sirve para narrar el evento. En ese momento, Villamizar, quien hacía de maestra de ceremonias, introdujo con su canto nasal a las bailarinas que entraban a la pista.


A Lucifer Yeguaza le reconocí por su barba pulida y su cabello marrón crespo recogido en una coleta. Tenía puesta una camisa translúcida, jeans acampanados y botas blancas con tacón grueso. Unas gafas de sol de lentes claros cubrían su rostro, jugueteó con ellas quitandolas y poniéndolas repetitivamente y lanzando miradas coquetas a sus compañeres mientras con las manos en sus caderas volteaba a ver a la audiencia. Minutos después, comenzó a bailar con sus movimientos más atrevidos: caminó por el escenario sacando las uñas como un gato, dió una vuelta y cayó al suelo de forma dramática. La multitud se enloqueció, coreó su nombre a gritos y chasqueó los dedos en forma de ovación.


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El voguing es una subcultura que ha cogido popularidad en estos últimos años, en gran medida, gracias a películas y series como Paris is Burning (1990), Pose (2018-2021) o Rupaul 's Drag Race (2009 - ). Este nació en los salones de baile de Nueva York de la década de los 80. Jóvenes queer, trans, gais de origen afro y latinos que habían sido rechazados por sus familias a causa de su orientación sexual o identidad de género, se reunían en salones de baile y competían en eventos como balls, que incluían actividades como el lip-sync, modelaje, performance, pero sobre todo el baile. En cada ball se hacían competencias entre miembros de cada “casa”, en donde el obtener un trofeo traía gloria y reconocimiento para esta.


En esta cultura, las casas se comportan como hogares de refugio, y al mismo tiempo, en familias alternativas para los miembros de esta comunidad. Cada casa tiene su “madre”, quien se encargaba de acoger, cuidar y educar a sus “hijos”, “hijas e “hijxs”. Por lo general, los nuevos miembros adoptan el nombre de la casa como su apellido.


En el marco del paro nacional de 2021 el voguing tuvo su momento de viralidad en Colombia. Durante las protestas se difundió masivamente un video de tres mujeres trans haciendo voguing en la Plaza de Bolívar. A través de dicha danza, se construyó un espacio de expresión política en la que las comunidades LGBTIQ+, a través del arte, articularon un discurso de resistencia, cuidado y comunidad.


La bailarina y activista trans Piisciiss explicó en una entrevista para RTVE que “justamente cuando estás en un ambiente donde estás luchando por tus derechos, el voguing genera toda esta carga energética emocional que permite que las personas que lo ven y lo practican también despierten en su interior todos estos sentimientos de resistencia y de lucha pacífica”.


Este sentimiento de lucha fue lo que unió a varixs bailarines a construir la House of Yeguazas, un proyecto que más allá de ser un grupo de baile, es una comunidad donde se construye un discurso de resistencia y familia.


I. LA MADRE


El eco de unos tacones caminando por el suelo asfaltado llenó el pequeño sótano de Espacio Odeón. Demonia Yeguaza se encontraba al lado de las viejas consolas de sonido, preparándose para la clase de danza subversiva. Se retiró los zapatos, además del abrigo de piel marrón que llevaba puesto. Reprodujo en su laptop un remix de BICHOTA de Karol G y caminó hacia la colchoneta que cubría la mitad del lugar. Una mezcla de rudeza y delicadeza se percibía en sus pasos, como si fuese un felino el que estuviera recorriendo aquella superficie.


Se ubicó en la mitad, con las piernas juntas y la espalda lo más erecta posible. Levantó los brazos hasta la altura de los codos, volteó las palmas y acarició su rostro con el dorso de sus manos. La iluminación color rosa que había en el lugar marcaba ciertos atributos de su cuerpo: las cuatro lenguas de fuego amarillo eléctrico que decoraban la parte inferior de su cabeza rapada, los pequeños retazos de vello facial que había en su rostro; pero sobre todo, aquellos ojos oscuros que inspiraban cierto temor con solo mirarlos.


“Lo que yo emano, que es una energía potente, es como ‘cuidadito, conmigo no te metas’, hace que las personas se piensan dos veces antes de gritarme o llegarme a decir algo, porque procuro intimidar un poco. Si el sistema te intimida u opaca, también es una forma de hacerlo hacia ellos”, dice Demonia con la misma firmeza de su semblante, mientras marca el ritmo de sus palabras con sus uñas de acrílico. Para esta voguera y artivista, el voguing se convirtió en un espacio disruptor: un viaje que le permitió reescribir su identidad y crear un discurso político. Todo a través del “mariconeo”.


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“Yo comencé a bailar a los cinco…seis años en una iglesia cristiana Congregación G12. Ahí bailaba desde un lugar de alabanza y la adoración hacia Dios o un ente. Estuve ahí hasta los 21 años en esas dinámicas, y siento que parte del movimiento tiene que ver mucho con lo espiritual y lo místico. Cuando bailo, siento que puedo conectar con esa parte muy interna mía. Es un momento íntimo de diálogo en donde le entrego algo al espacio, a la audiencia. La energía que logró crear al bailar es algo muy bello”, cuenta Demonia Yeguaza.


Es bailarina de danza contemporánea de la Academia de Artes Superior de Bogotá (ASAB). Allí se dió cuenta de que ese ambiente académico aún seguía siendo muy normado y conservador en torno a la masculinidad.


“Para mí el baile es libertad, es expresión, es comunicación, y desde mi punto de vista, en la ASAB me sentía aprisionado porque los lenguajes del movimiento, las técnicas y formas de bailar eran llevados hacia lo binario: hacia ‘los hombres se mueven de esta manera, y las mujeres se mueven de otra’, y de ahí no hay mucha variedad o diversidad para escoger. Por eso con varixs amigxs investigamos sobre eso y comenzamos un colectivo llamado House of Tupamaras, la primera casa que impulsó la escena ballroom en Bogotá. Eso fue en 2017, y así fueron mis inicios en el ballroom”, recuerda Demonia.


En ese tiempo, y todavía hoy, el conocimiento sobre el voguing en Colombia era muy escaso. Había academias, pero estas solo se enfocaban en enseñar el movimiento y no el discurso sociopolítico que había en torno a la cultura del ballroom. Con las Tupamaras, Demonia se dedicó a liderar los procesos de indagación, dateo y divulgación de información en torno a esta cultura. “En ese lugar comencé a mariquear, a encontrar mi identidad como cuerpa disidente. Siempre soñe con con un crew de bailarines maricones y disidentes, y fue con Tupamaras donde daría el primer paso”, recuerda Demonia.


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Los estudiantes llegaron entre las 4.15 y las 4.20 pm. La mayoría eran jóvenes universitarios en sus veinte. Después de una hora calentando y realizando ejercicios de catwalking, los cuales consistían en avanzar caminando en cuclillas, dando pequeños saltos y moviendo las manos en distintos ángulos —como imitando los gráciles movimientos de un gato—, Demonia ordenó que se organizaran en círculo: habló un poco del contacto, y de cómo a través de los roces se podía generar sensualidad.


Les pidió que cerraran los ojos, y que se dejaran llevar con el tacto: con la punta de su dedo delineó las curvas de su rostro. La caricia dejó esa zona y se fue por otras partes de su cuerpo como sus brazos, su torso y sus piernas. Sus caderas se mecían de un lado a otro, dejando que la melodía de la canción que estaba sonando en el momento dirigiera su bamboleo.


Mientras, los estudiantes estaban sumergidos en su propia fantasía: un chico de piel canela estaba pasando las manos por su cuello y estas bajaban a su pecho. Al otro lado de él había una muchacha vestida de shorts rojos, quien sacudía su corta melena con cierto ímpetu.


Otra que tenía el pelo más largo y caderas prominentes estaba recostada y se arrastraba de un lado a otro imitando los movimientos de una serpiente. En minutos los bailarines se hicieron en el centro: mano con mano, torso con torso, cuerpo con cuerpo, bailaron hasta que parecía que eran uno solo —una misma sinfonía de erotismo, de la cual Demonia llevaba la batuta.


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Fueron varias las razones que llevaron a Demonia a crearse esta identidad. “Eso tiene que ver con varias cosas. Una se debe a todo este contexto religioso en el que me veía envuelta: yo había sido criada con la idea de un cielo y un infierno, y Demonia tiene que ver con sentir esas energías, sentir cuando bailo otros planos, sentir mística alrededor del movimiento. Es como una fuerza que se sale más allá de lo natural, la cual la puedo percibir y crear a través de mi baile. En 2021 tuve la oportunidad de viajar a Europa y trabajar en otros países, y esta experiencia me ayudó a comprender varias cosas de mi cuerpa. Esta experiencia me hizo entender que la sensualidad es un arma muy poderosa, y si la sabemos potenciar puede ser de mucho valor para nosotras. Y de ahí también nace Demonia. Es una cuerpa muy sexual que el erotismo y el placer han contribuído a crear. Hace parte de lo que hago, de como me muevo, de como pienso, de cómo follo, de cómo disfruto mis vínculos afectivos. De ahí nace ella”.


Como le sucede a las figuras religiosas y místicas, Demonia también tuvo una epifanía que le llegó en forma de llamada telefónica. Cuando vivía en Berlín su teléfono comenzó a vibrar. Su madre estaba al otro lado de la línea. “La relación con mi mamá es muy difícil porque ella es muy cristiana y conservadora, y cualquier expresión que no sea binaria le molesta. Mi estética queer, como me visto y la forma en la que me monto a la escena no le gustan mucho. En un momento ella vió una cápsula que había para el Espectador y Arte TV (un canal francés), y como que vió que estaba montada en tacones. Eso le molestó muchísimo, y me respondió ‘¡Usted qué está haciendo en esas yeguazas de tacones!’. Esta palabra para referirse a como yo me veía me dio mucha fuerza. Era pensar como ‘marica, así me siento yo entaconada’. Esa es la energía que siento cuando estoy en escena, solo necesitaba la palabra exacta para describirla”.


Esa anécdota, que al inicio fue dolorosa, la motivó a dejar de lado a sus compañeras Tupamaras y construir su propia casa. En su regreso a Colombia reunió a un grupo de bailarinas, algunas de su anterior grupo. El 20 de marzo del 2021 nació la House of Yeguazas. Demonia se convirtió en la madre de la recién inaugurada casa.


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Cuando quedaba media hora de clase volvieron al ejercicio de catwalking. Demonia se hizo en el centro, y sus hijas Amveria y Lucifer se ubicaron una a cada lado de su madre. La música suena. ¡Uno, dos, tres, cuatro!. Se agacharon hasta quedar en cuclillas. Al final del octavo tiempo comenzaron a caminar en esa posición por la colchoneta mientras que a la par sacaban los brazos y los movían de forma intercalada, sacando las uñas como un felino inquieto. “Bebé, comienzas con el derecho, no con el izquierdo. Y recuerda, que cada cuatro tiempos cambias”, le dijo Demonia con cariño a su hija Amveria, a lo cual ella asintió.


“Tal vez no quiero compartirlo con todo el mundo, pero a las Yeguazas solo entra gente específica, porque siento que este es mi lugar seguro, mi espacio para hablar de estas cosas y ser yo misma”. Como muchas madres, ella conoce a sus hijas como la palma de su mano. Puede que los afectos sean distintos de unas a otras, pero hay un sentimiento que predomina sobre todos: el cuidado.


II. LA HIJA


Una luna en cuarto creciente acompañaba aquella noche sin estrellas. Aquel día Espacio Odeón estaba realizando una muestra de danza subversiva dirigida por la House of Yeguazas.


Caminé hacia la reja de hierro negra, la cual estaba siendo protegida por dos celadores vestidos con chalecos rojos. Abrieron la puerta y comencé a bajar por las escaleras de caracol que llevaban hacia el sótano: la oscuridad se hacía cada vez más presente con cada escalón, hasta que todo se volvió negro. Cuando llegué a mi destino me encontré con personas sentadas en círculo con la mirada fija en el centro, como si estuviésemos en un escenario. Mientras que los espectadores se encontraban sentados en las gradas conversando animadamente o tomándose una cerveza en el bar, los estudiantes estaban calentando un poco antes de entrar a bailar. En esas llegó Lucifer Yeguaza.


Lo primero que llama la atención es su nombre artístico. Normalmente, el uso corriente de la palabra corresponde al nombre del ángel Lucifer, quien es considerado el príncipe de los ángeles caídos. En el Antiguo Testamento, Lucifer fue un ángel hermoso, brillante e inteligente que, vencido por la soberbia, decidió rebelarse en contra de Dios, por lo cual fue desterrado del cielo. A esta figura suelen relacionarla con Satanás, el rey de los infiernos, una criatura maligna y profana.


Sin embargo, para este bailarine es un nombre hermoso. En ese camino de construcción de identidad se encontró con la etimología de su nombre. El latín, Lucifer significaba literalmente 'el que porta o trae la luz'. Esta palabra se forma a partir de las locuciones latinas lux, que quiere decir 'luz', y el verbo fero, que quiere decir 'llevar'. La palabra también hacía referencia al brillo del planeta Venus al amanecer. “Lucifer significa el dios que junta a otros dioses para el saber. Para mí, representa una luz y una celebración de lo que soy”, dice Lucifer Yeguaza.


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Caminó y se recostó en una columna de concreto. Era extraño verle así. En vez de crop-tops y pantalones rasgados, llevaba puesta un hoodie gris que cubría los tatuajes de su cuerpo. Su cabello estaba recogido en una coleta que dejaba un par de trenzas sueltas. Estaba tranquile, con la mirada perdida en algún lugar del bar.


Cerró los ojos. Dejó caer la espalda hasta que sus rodillas quedaran flexionadas en una posición de sentadilla. Se movió en círculos sobre aquella superficie gris, la giró 180 grados a la derecha y pegó la mejilla al frío concreto. Desde ese punto movió el resto del cuerpo de una forma entrecortada. Esa forma de bailar en staccato no era violenta, sino más bien delicada. Los estudiantes repetían la misma secuencia de movimientos. A simple vista parecía que estuvieran brotando de sus capullos.


Lucifer Yeguaza comenzó como bailarine de danza contemporánea en la Academia de Artes Superior de Bogotá (ASAB). A lo largo de su carrera universitaria le llamó mucho la atención el tema del cuerpo como un instrumento de resistencia en algunos lugares políticos o estéticos.


Al voguing no le prestaba mucha atención y lo veía como algo muy pasajero. Pero muy curiosamente antes de la pandemia me dieron unas tres clases, y me gustó mucho. En pandemia comencé a averiguar sobre la historia y varias cosas que encierran a la cultura. Y en el paro, cuando pudimos salir, me encontré con algunas vogueras para conversar y entrenar con ellas. Empecé a acercarme aún más, aún más… y así fue como llegué a eso. Mi primer ball fue muy fuerte a nivel emocional y a nivel de identidad porque me enfrenté a muchas cosas de mi misme. Me sentí muy expuesta, sentí que no estaba preparada, pero me sentí valiente de dar un primer paso, cuenta Lucifer.


Elle comenzó como miembro de la ya extinta House of Olympus. Duró un tiempo entrenando con ellas pero se dió cuenta de que tenían propósitos diferentes, por lo que se retiró de dicha casa. También fue una 007, que dentro de la cultura ballroom hace referencia a un grupo de bailarines que no representan a una casa, sino a sí mismes. En Pereira, durante un ball, se encontró con Demonia, quien estaba presentando su nueva casa. En ese momento se dió cuenta de que ese era su lugar. “Yo a Demonia ya la conocía, porque ambas fuimos a la misma escuela. Estuvo con el frente Trans-feminista-maricona (una linea política de disidencias trans creada en el Paro Nacional), por lo que vine, me presenté y hablé con Demonia para ver si podía formar parte de la casa”, recuerda Lucifer.


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Pude ver a Demonia al fondo del escenario. Estaba al lado de la deejay supervisando que la máquina de humo estuviera funcionando y que la música sonara a la perfección. Tenía la mirada puesta en su hija en el escenario. La luz se tornó morada. Se separaron de las paredes y se dirigieron al centro, juntándose unos con otros en filas mientras miraban al público que estaba sentado por las gradas. Caminaban en cámara lenta, con pisadas tan finas que ni siquiera se escuchaba su pie tocando el suelo. Llegaron hacia una de las esquinas del escenario, y ahí se retiraron la ropa hasta quedar en ropa interior. Tomaron sus prendas y las alzaron al aire.


La música cambió a un dembow. En ese momento, las luces de ese frío violeta se hicieron más vibrantes: sus movimientos se volvieron más salvajes. Se hicieron en círculo, se arrodillaron y comenzaron a twerkear. La multitud enloqueció. Lucifer caminó hacia el centro, hizo un split y en esa posición movió su cola de arriba a abajo.


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Lucifer ha participado con las Yeguazas en varios balls, pero el que recuerda con más nostalgia fue el Anti-Theatron, que fue el 5 de Junio del 2021, para protestar ante sus políticas transfobicas. Esto comenzó como una idea de las House of Cobras, en la cual colaboraron el frente Trans-Feminista Marikón y la House of Yeguazas. Tenían todo: los equipos, las bailarinas, gente de la alcaldía que las cuidara si pasaba algo, pero sobre todo, tenían el espíritu de resistencia corriendo por sus venas. “El espacio se llenó demasiado. Fue icónico. Este es un lugar muy central y muy frecuentado por gente LGBTI, y el hecho de transgredir ese espacio así para mí fue muy emotivo. Y todavía sigue siéndolo”, dijo Lucifer.


La resistencia parece ser el motor principal de Lucifer y fue también el motivo que le llevó a convertirse en docente. “Muy curiosamente yo no quería ser profe, nomas quería ser bailarín. Me veía bailando en compañías fuera de Colombia y haciendo cosas con las danza contemporánea. Pero la vida, el destino, yo, el movimiento, la piel que habito, me llevaron al voguing, y la docencia se transformó en una cosa muy bonita hasta el punto de que siento que me ha reivindicado. Este trabajo me ha ayudado a buscar mis propias metodologías, y a saberle llegar a la gente. Ser profe para mí representa como un montón de semillitas que voy dejando en el mundo, que no son mías, sino que yo simplemente ayudo a crecer. Ser profe es ser un acompañante de la vida, y ser un eje transformador”, cuenta Lucifer.


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Silencio. Minutos después se escucharon los aplausos. Y cuando parecía que era el fin, la música volvió con renovado estruendo.


III. EL ESPÍRITU YEGUAZA


Los estudiantes dejaron de lado aquella estructurada coreografía y se dejaron llevar por su propio sentir. Una chica de cabello negro corto y camiseta hawaiiana se arrodilló y twerqueó al lado de un chico con rostro maquillado. Al otro lado, un muchacho alto y de cabello rapado color esmeralda estaba haciendo un hands performance mientras miraba fijamente a una chica que lo estaba grabando. La muchacha de los shorts rojos se acercó a mí, tomó mi mano y me sacó a bailar.


En medio de esa diversidad de cuerpos (altos, bajitos, gordos, delgados, blancos, morenos) disfrutando y celebrando su existencia a través del baile, no puede evitar acordarme de algo que me dijo Lucifer cuando hablaba del voguing: la cuerpa subversiva.


Gracias al paro salió esa palabra: cuerpa subversiva. Somos cuerpas subversivas. Quedó como una arenga de nosotras, y eso nos hizo pensar muchas cosas sobre qué es esa palabra. Con Demonia hemos tratado de dar respuesta desde el entrenamiento, desde el proyecto y desde nuestras investigaciones individuales. Precisamente es una cuerpa no hegemónica que rompe con todos los esquemas de lo que es la cuerpa, de lo que es la sensualidad, para decir ‘¡Aquí estoy!’. Es aquella que transgrede el espacio de una forma poética” comenta Lucifer. Esta idea es el motor que motiva a las Yeguazas a divulgar la escena del ballroom por Bogotá, para generar diálogos sobre el tema.


Juan Pablo Bejarano Pachecho es gestor cultural y profesor de la Universidad de los Andes. Lleva trabajando en Odeón desde el 2019 dirigiendo el Espacio Comunal de Odeón, una iniciativa que busca construir espacios de aprendizaje colectivo a través de actividades como la huerta, la cocina y la danza. Él comenta que estas actividades son el producto de una escucha empática de las necesidades y saberes de los colectivos con los que trabaja. “Con House of Yeguazas comenzamos a trabajar desde el año pasado. Ellas tenían todo un lenguaje alrededor del cuerpo, del aprendizaje a través del movimiento, y habían tenido una participación muy activa durante el estallido social en el Paro Nacional”, cuenta Bejarano.


A comienzos del 2022, él estaba terminando de definir el contenido de la programación en el espacio comunal. Después de varias conversaciones con las Yeguazas, surgió la idea de montar un espacio de clases permanente. Comenzaron en marzo de este año dictando clases de danza subversiva todos los miércoles de 4 a 6 pm, y siguen ahí desde entonces.


“Ha sido un espacio muy increíble porque son bienvenidos todo tipos de cuerpos. Cuerpos que tienen experiencia bailando o que no, más interesados en soltarse, otra gente que está más interesada en cositas un poco más profesionales. Yo personalmente he aprendido muchísimo: algo que me ha gustado es que a través de la danza y de las clases que ellas proponen es que es posible aterrizar en el cuerpo muchisimas cosas que reflexionamos en torno a la justicia social, a las violencias y a las identidades divergentes”, dijo Bejarano.


Brayan Sereno es estudiante de Artes escénicas de la Universidad Pedagógica. Había conocido a Lucifer en un espacio llamado Saturnales, quien lo invitó a unirse a su clase de danza subversiva. Durante estos meses ha estado aprendiendo voguing al lado de las Yeguazas. Para Sereno el espacio también ha sido un escenario de transformación personal. “La verdad no sabía lo significativo que es este espacio para mi comunidad. Y como que poco a poco, a raíz de estar sumergido en este mundo del ballroom, empecé a entender que no solo se trata de bailar, sino que también se trata de resistir. Fue algo muy valioso para mí fue descubrir mi cuerpa y explorar mi sensualidad. También, me hizo cuestionarme a mí misma el por qué tengo ciertos complejos, y me di cuenta que los complejos no venían de mi de verdad sino que venían de otres. La manía constante de la sociedad de opinar acerca de los cuerpos de los demás es tan agotadora, y ahorita pues digo ‘no, solo voy a creer en mí y agradarme a mí, y si no les gusta pues lo siento’. Yo cuando bailo me siento poderosa, me siento libre, me siento con ganas de comerme el mundo. Y amo estar rodeada de mis compañeres, estar allí en una manada. Lo más hermoso es que todas hagamos esto juntas. Me mueve mucho, y me pone sentimental la verdad porque es encontrar algo con lo que he soñado: una familia”.


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La muestra de danza subversiva finalizó a las diez de la noche. Veinte minutos después me retiré del lugar caminando entre aquella marea de gente fumando, riendo y bailando viejas canciones de reggaeton. Apenas salí por la reja de hierro negra volví mi mirada a la luna, la cual brillaba con la fuerza de un reflector. En ese momento, se me vino la imagen de que la calle oscura de camino a casa era una gran pasarela, y en el centro de todo, se encontraban las Yeguazas. Y las imagino haciendo una cosa: bailando.


 

Por: Laura Valeria Tabares Acosta



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