***Las opiniones presentadas en esta columna no se corresponden necesariamente con las de El Uniandino o alguno de sus miembros
Alejandro Nieto Hernández es estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes. Aquí su columna "Enquistada". Para contestar la columna o manifestar descontento con la publicación envía tu propuesta a preiodicoeluniandino@gmail.com.
Más que un recuerdo de por vida, la experiencia del encierro se va a quedar enquistada en el borde del ojo. La limpieza de la casa, la desinfección de las cosas que vienen de fuera, la continua conciencia de estar en un momento especial de la vida propia. La pandemia nos dejó, como si fuera una emisaria lejana, un presente que recuerda el pasado con arraigo, que se niega a escapar de lo profundo, y un futuro incierto: un no-presente.
Nos dejó en la casa, unos muros de concreto que albergan una historia o muchas historias. Nos dejó el cuerpo empacado en vértices de barro. Nos dejó con personas, o nos dejó sin ellas. Nos cogió en un lugar ajeno, o en el campo, o en la ciudad taciturna de donde nuestra descendencia proviene. Causó malestar profundo, o nos acogió con ternura. Fue intempestiva y furiosa, o sorpresiva y pacífica. Sin puntos medios, como la casa, nos dejó abandonados entre dos paredes, o cuatro.
El reencuentro se presentó en la mente como si fuera necesario reencontrarse, o como si el encuentro pasado se hubiera esfumado con la peste. La expectativa por ver al otro y por disfrutar la unión es un aliciente cercano, aunque no haya justificación aún para que pase. La expectativa por lo externo nos conduele la mayoría de las veces. Sin embargo, hay un lugar de la casa que seguramente muchos no han habitado con certeza, con cordura o con paciencia, pero no es la cocina, ni la mesa olvidada en el rincón: sino el propio espíritu que deambula. El reencuentro entonces deja de ser ese llano reunirse con lo exterior para ahora hacerlo con lo interior. Las dudas que permean la mente y la soledad que se avizora angustiada. La parte más difícil de la presencia es la presencia misma. El no saber con quién se habita: uno mismo.
Alguna vez oí, como si fuera información codificada, que la cuarentena había llegado en el momento preciso, en el lugar preciso, y con la gente precisa. Que había alejado a las malas energías de las otras personas, y a las mismas personas, que había propiciado la comunicación con las buenas energías y que había entrado en una reflexión profunda sobre lo social, lo banal, y el interés propio y ajeno. Que los bares se habían ido y con ellos los oídos sordos de la fantasía. Una fantasía de arraigo y de pertenencia, que la fiesta se llevó en el mismo tiempo con el que dura, una hora, dos horas, ya no estaban los «que siempre estaban», pero no por la presencia, sino porque no había una excusa para ella. Y así el interés académico también se fue, antes de mostrarse por un momento, y se fue con él la gente que con lindas palabras solo ofrecen codicia. El dinero dejó de ser importante, porque ya no se podían presumir los bienes, ni se podía mirar a media mirada al inferior. ahora todos éramos inferiores.
La propia familia también mostró su rostro con alevosía y a quien se ama demostró su lado oscuro, o su lado lindo, o su lado blando. Demostró, como si estuviera desnudo, las propias cicatrices que la esperanza del reencuentro externo había tapado con las sábanas. Si no había familia, la soledad se mostró como amiga, o como enemiga traicionera. La amistad verdadera se elevó en el cielo como lo hacen las virtudes, y el corazón marchito empezó a expandirse, hasta llegar a los ladrillos de la casa. La cuarentena nos mostró el amor, que no siempre se halla en los lugares comunes, y nos quitó amores que, pensábamos, sobrepasarían las fronteras de naciones.
El encierro nos mostró la verdad, pero no una verdad segura de salir por la puerta con la expectativa propia de quien no se ve hace tanto, sino que entró por la ventana de la casa y se quedó, como si fuera emisaria, en el borde del ojo.
Por: Alejandro Nieto Hernández , estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes
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