El cine “era el único espacio en el que aquellos Romeos y Julietas, que no podían tener sus amores, lograban encontrarse”, dice Rodolfo Franco, director del Festival Internacional de Cine Golfo de Morrosquillo(FICGO), que se llevó a cabo entre el 2 y el 7 de diciembre. Él recuerda la época dorada en que Tolú tenía dos salas de cine, el séptimo arte hacía parte de la vida cotidiana de los habitantes del Golfo, y en la que las historias de la pantalla grande alineaban los deseos de los habitantes. Esta creación de comunidad estaba ligada a sentimientos en común emanados del cine propio. Cuenta Rodolfo que cuando “mataban al chacho” y, en otras palabras, no era el final que el público quería, le lanzaban naranjas a la pantalla para mostrar su descontento. Incluso si se generaban sentimientos de desagrado, al fin y al cabo eran sensaciones producidas por el mismo cine, que nacían de una empatía genuina con la película proyectada. A pesar de esa relación con el cine, en la que ver historias era también una forma de crear convivencia y comunidad, con la llegada de la televisión las personas prefirieron ver las historias desde su casa y poco a poco los cines de la región, de las pequeñas ciudades del Caribe, desaparecieron.
Los años de ausencia del cine estuvieron acompañados por los vestigios que este dejó. Las memorias del espacio se juntaron con las preguntas de niños acerca de cuándo volvería el séptimo arte y a comentarios de adultos que recordaban que su última película vista en pantalla grande había sido La estrategia del caracol (1993). Todo esto llevó a Rodolfo a pensar en este espacio, alrededor del cual todos se reunían en su pueblo, aún podía tener lugar en el Golfo. Fue de esta forma que empezó a llevar a cabo pequeñas exhibiciones en los barrios, con pantallas improvisadas y películas piratas. La emoción de la gente le hizo creer que era posible volver a traer el cine al Golfo del Morrosquillo.
Las sospechas de Rodolfo se confirmaron en la primera edición del festival. Se presentaron el doble de personas de las estimadas en un principio. Entre estas, hubo más de mil niños participando activamente. Además, apegados al slogan del festival, “un viaje por el Caribe”, se mostraron cinco largometrajes colombianos, los cuales permitieron a los asistentes viajar por medio de una narrativa acompañada de imágenes de Córdoba, Santa Marta, Cartagena, Barranquilla y San Andrés. Aparte de una película de República Dominicana. Esto llevó a pensar a Rodolfo en lo que se afirma habitualmente: “la gente no va a ver cine colombiano”. Se dio cuenta de que sí existe ese público que ve cine nacional, solo que faltan los espacios para que la gente lo demuestre.
El hecho del cine, en un momento en el que el mundo está mediado por la multiplicación de las imágenes, es también el hecho de la narración, de la capacidad de narrar el mundo y narrarse a sí mismo. Este elemento, que a veces se nos olvida cuando el cine se vuelve algo tan cotidiano, es parte de lo que busca recuperar el FICGO: un festival para el pueblo en el que el Caribe, sus formas de habla y sus paisajes se vean representados y cobren el valor que la imagen le otorga a las cosas, y el poder que le entrega a la gente.
Y es que el FICGO no es solo un festival en el que se presentan películas para entretener a la gente: por un lado, el busca cultivar un público que entienda los lenguajes cinematográficos y su capacidad política, como lo muestra su trabajo curatorial en la franja infantil “Cine Coco”, en el que los futuros veedores del cine en el caribe empiezan a apropiarse de la magia de este, a la vez que proponen discusiones sobre valores ambientales de los que dependen las condiciones del lugar en el que habitan; y por otro, también cuenta con una serie de talleres que buscan que los pueblos que conforman el Golfo no solo entiendan el lenguaje cinematográfico, sino que también puedan ser partícipes de los medios de producción y tengan las herramientas para narrarse.
De esta forma, con pantallas inflables que se oponen al viento y la arena de las playas, o a los picós de los vecinos, y a pesar del rechazo económico de las distribuidoras privadas, el festival logró encontrar un punto valioso en el que las personas vuelven a crear comunidad, identidad y narración a partir del espacio común que es la pantalla grande. “Logramos que todo fuera gratis, e incluso recibimos donaciones de las mismas personas que decían «yo puedo aportar crispetas para cincuenta niños»”, dice Rodolfo, reiterando la emoción y la expectativa por el cine que todavía vive en el Golfo.
Sin embargo, esta dinámica, en la que cientos de cines locales cerraron con la llegada de la televisión y la monopolización de la distribución, no es única del caribe. Festivales como estos esperan ser logrados en muchos otros lugares de Colombia, en los que el cine tiembla bajo las pieles de las personas esperando poder despertar.
Para la segunda edición del festival se mantendrán las locaciones de su primera versión –Coveñas, Tolú y San Onofre–, donde están invitados tanto a conocer la riqueza natural de esta parte del país, como a disfrutar de una experiencia cinematográfica con el mar a sus pies.
Por: Juan Camilo León Junca y Nicolás Munevar
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