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El Uniandino

La lucha por La Pola

El 9 de marzo, la ciudad de Bogotá estaba cubierta por un cielo gris. Mientras caminaba por el eje ambiental, observé los vestigios de las marchas del día anterior: el edificio Aulas, en la Universidad de los Andes, estaba cubierto de graffitis con consignas feministas —como el símbolo de Venus o frases como "deja de lado tu privilegio"—. Además de esas "pintas", también había carteles con ilustraciones y estampados en algunos kioscos metálicos o en el suelo, con alguna que otra frase diluida por la lluvia.


Me detuve en la estatua de La Pola. Al igual que el resto de la ciudad, aquella figura tenía el número 8M tatuado en cada rincón; su piel de bronce estaba cubierta de pintura morada; llevaba un pañuelo verde atado en su cuello (junto con pañuelos y telas moradas atados a sus muñecas), y las placas y escalones de piedra blanca estaban cubiertos de graffitis de feministas radicales con consignas que decían "radicalízate" o "somos mujeres furiosas", y la palabra "radfem" grabada en la parte inferior de una de sus columnas.


Me detuve en una esquina para tomar una taza de aromática en uno de los establecimientos del lugar. Mientras le daba un sorbo a mi bebida caliente me di cuenta de que no era la única persona a la que la estatua había llamado la atención.


Tres jóvenes estudiantes se acercaron a la estatua. El grupo estaba conformado por dos chicos y una chica: un chico de cabello rizado que llevaba puesto un overol negro; el otro tenía el pelo marrón hasta la altura de los hombros y llevaba una chaqueta blanca, y la única muchacha del grupo llevaba su cabello negro recogido en una coleta de caballo, y un pañuelo azul decoraba su cuello.


El de rizos se trepó a la estatua, tomó un trapo y se dispuso a quitarle la pintura morada a la figura de bronce. Los otros dos cogieron los cepillos y empezaron a limpiar las placas y los escalones del monumento. El celador les agradeció la acción, al igual que dos señoras mayores que estaban pasando por ahí. Minutos más tarde llegó otro muchacho, quien sacó su celular del bolsillo de la chaqueta.


Al ver la acción, el muchacho de la chaqueta blanca se detuvo, retiró su tapabocas y comenzó a hablar hacia la cámara. No logré escuchar lo que decía, pero sus gestos evocaban la oratoria de un político promedio. Mano arriba para enfatizar una idea, señarla la estatua, mirar a cámara.


En horas de la noche, revisando Twitter me encontré con un video que tenía como portada una foto de los tres muchachos posando en la Pola con sus implementos de limpieza. Al darle click me topé con la misma escena del muchacho de la chaqueta blanca que había presenciado esa tarde. Y ahí supe que era lo que estaba diciendo él:


“Ayer, las feministas vinieron acá a destruir nuestros monumentos históricos y hoy vinimos los estudiantes de la Universidad de los Andes a cuidar nuestro patrimonio histórico”, declaró. Tras esto, les dio paso a sus pares que apoyaron las mismas ideas y explicaron que hacían esto “con el fin de cuidar la ciudad”.


El video recibió tanto comentarios de apoyo como una oleada de críticas y burlas en redes sociales. Mientras algunos compartían las posturas de los tres muchachos y alababan su buena acción, otros comentaron que “realmente no entendían el propósito de la movilización social” o “que iban a hacer algo que nunca habían hecho en su privilegiada vida: limpiar”.

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Las nuevas corrientes feministas han construido una nueva idea en torno a la apropiación del espacio público como un discurso político para aquellas comunidades abandonadas por el Estado, y el graffiti es unos de sus gritos de guerra que se contrapone al discurso tradicional que reflejan los monumentos. Visiones más conservadoras ven el grafiti como una amenaza a la propiedad que transgrede los límites legítimos de la protesta.

Tanto el acto de dibujar como el de borrar un graffiti llevan consigo discursos políticos y un complejo y poderoso entramado simbólico que busca establecer una narrativa sobre la nación. Durante el 8M, y los días que le siguieron, tuvo lugar una batalla simbólica en torno a La Pola: por un lado, están aquellos que consideran el graffiti como un acto de vandalismo que atenta contra la tradición y el patrimonio cultural, mientras que por otro, hay quienes ven esta intervención del espacio como una forma de crear una contranarrativa nacional y un lugar en el que las voces marginadas pueden hacerse oír.

El Uniandino habló con los protagonistas del video y activistas feministas para entender mejor qué es lo que está en juego y por qué la estatua de La Pola se ha vuelto tan importante.

¿Iconoclastas o vándalos?

“Aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. Viva la Libertad”

Esta frase se encuentra labrada en una de las placas de piedra que adornan la estatua de hierro de Policarpa Salavarrieta: "La muerte no es desgracia para quien ha cumplido con el deber". La estatua se encuentra ubicada sobre la carrera 2 con calle 18 A en la famosa Plazoleta de Las Aguas, en el centro de Bogotá.

Policarpa Salavarrieta Ríos, también conocida como La Pola, fue una heroína colombiana que trabajó como espía para las fuerzas independentistas criollas durante la Reconquista española. Fue arrestada y encerrada en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, el cual había sido convertido en cárcel. Posteriormente, fue sentenciada a muerte por el Consejo de Guerra. El 14 de noviembre de 1817 fue fusilada en lo que hoy se conoce como la Plaza de Bolívar. Estos hechos fueron relatados por José Hilario López, presidente de la época y amigo cercano de La Pola, en una de sus memorias.

“Las nueve de la mañana era la hora señalada para la ejecución (…) ‘La Pola’ marchó con paso firme hasta el suplicio, y en vez de repetir lo que le decían sus ministros, no hacía sino maldecir a los españoles y encarecer su venganza. Al salir a la plaza y ver al pueblo agolpado para presenciar su sacrificio, exclamó: ‘¡Pueblo indolente! ¡Cuan diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad!”, cuenta un artículo de Señal Memoria sobre la muerte de Salavarrieta.


La Pola es considerada uno de los mayores referentes e íconos colombianos, y su imagen ha sido plasmada en billetes, cervezas, colegios e incluso en un monumento. En 1910, el artista colombiano Dionisio Cortés creó una estatua de la heroína para conmemorar el primer centenario de la independencia. Originalmente, la pieza estaba hecha de cemento, pero en 1968 fue restaurada en bronce por el escultor peruano Gerardo Benítez debido a que había perdido ciertos atributos con el tiempo.


Juana Acuña es antropóloga y forma parte del colectivo feminista La Poderosa desde hace cuatro años. Para Acuña, La Pola es una figura histórica famosa en Colombia, y es representativa porque siendo mujer letrada en La Nueva Granada, marcó una diferencia al cuestionar a los hombres de su época y luchar por los derechos de los trabajadores y su familia.


“Para las feministas, ella representa las ganas de denunciar lo que no se puede denunciar o donde todavía no se hacen garantes los derechos humanos” , afirma Acuña.

La Pola de Las Aguas, contigua al campus de la Universidad de los Andes, ha ido tornándose en punto de encuentro de manifestaciones, especialmente de colectivos feministas. Este año no fue la excepción: en Bogotá, el Día de la Mujer se vivió con multitudinarias marchas en varios puntos de la ciudad como la Fiscalía, el Centro de Memoria y por supuesto la estatua de la Pola.

Natalia Rodríguez es estudiante de antropología de la Universidad de los Andes. Estaba sentada en las escaleras del edificio Franco, de la facultad de Ciencias Sociales de los Andes: tenía el pelo corto, gafas de montura circular y llevaba puesto un vestido azul claro. En su morral negro llevaba atado en una de las correas un pañuelo verde. Ella fue una de las muchas feministas que asistieron al plantón del 8M en el monumento de La Pola.

Según ella, el plantón comenzó a la una de la tarde. En aquel espacio de juntanza feminista se realizó un círculo de denuncias, seguido por una serie de arengas que rezaban: “somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”. A la par intervenían el monumento de la heroína nacida en Guaduas un 26 de enero de 1795.

“En primer lugar, chicas se subieron a la estatua para ponerle la pañoleta morada, y todas estábamos gritando ‘amiga, gracias por tu lucha’. Después de que ellas se subieran y se bajaran y otra chica subió. Esta si estaba encapuchada. Se quitó el brasier, sacó un encendedor e intentó quemarlo, pero no se pudo porque la tela no se encendió. Así que terminó atándole las manos a la estatua con lo que quedaba del brasier”, cuenta Rodríguez mientras me muestra en su celular las fotos del plantón.

“Después llegaron tres mujeres jóvenes más, todas encapuchadas, y comenzaron a pintar consignas en La Pola. Estaban vestidas de negro, y unas dos llevaban pasamontañas en crochet con orejas de gato. Una llevaba un morral negro, probablemente era donde llevaba sus implementos. En La Pola, el bloque que estaba presente era el movimiento feminista radical, por lo que los mensajes eran del tipo: ‘radfem’, ‘radicalízate’ o ‘ninguna mujer nació para puta’” , recuerda Rodriguez.

A las 3 de la tarde, las mujeres comenzaron a movilizarse, dejando atrás una Pola cubierta de morado, con pañuelo en el cuello y graffitis.

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“Yo estoy aquí limpiando La Pola porque estoy cuidando mi Bogotá. Acá vine a limpiar mi universidad y los edificios de por acá, porque los jóvenes debemos cuidar nuestra ciudad”.

Munir Cárdenas Kamani es estudiante de segundo semestre de arquitectura en la Universidad de los Andes y candidato a edil de Usaquén por el partido Centro Democrático. Se volvió popular en las marchas del 15 de Febrero después de que subió un video en su cuenta de TikTok (que actualmente cuenta con más de 1000 seguidores), en el que se subía al monumento de Bolívar y le quitaba el poncho de Asoinca a la estatua. Lo reconocí por su piel pálida, su blazer negro y cabellera rizada.

Según él, la idea de limpiar la estatua de la Pola surgió después de leer una publicación en la cuenta de Instagram @La_Cabra_Chismosa. En dicha publicación, un usuario anónimo sugirió que sería bueno que existiera un grupo dedicado exclusivamente a limpiar la estatua de la heroína libertadora, en lugar de dejar esa tarea en manos de las mujeres encargadas del aseo general. Tanto Cárdenas, como su amiga Gabriela Bisendicheck, detestaban que rayaran los monumentos, así que decidieron tomar el asunto en sus propias manos.

Planearon la estrategia la noche anterior. Les contaron su idea a sus amigos y compañeros del consejo interpartidista, y pidieron a "Cabrita chismosa" que publicara un anuncio anónimo para reunir a más gente. El grupo de WhatsApp que habían creado para este propósito tenía entre 50 y 60 personas. La idea era que cualquier persona pudiera ayudar durante todo el día, ya fuera por 10 minutos o por cinco horas. Serían bienvenidos con los brazos abiertos y además se les proporcionarían los implementos necesarios para empezar a ayudar.


“La idea era llegar a las once de la mañana. Terminé llegando a las nueve y media para revisar cómo estaba el monumento y regresé a eso de las diez después de haber comprado esponjas y otros implementos de limpieza. Hablé con los monitos [dice para referirse al personal de vigilancia] para comentarles que íbamos a venir a ayudar. Apenas me comentaron que iban a comenzar a limpiar, de una me puse mi overol y le dije : ‘monitas [dice para referirse al personal de tareas de aseo], venimos a ayudar. En este momento solo me encuentro yo, pero en media hora les llega toda la caballería”, cuenta Cárdenas.


Con el tiempo, comenzó a llegar más gente. Luego llegó una muchacha de cabello negro y piel pálida. La chica era Gabriela Bisendicheck, la tercera protagonista de esta historia, quien iba acompañada por su pareja. Se encontraron con Cárdenas alrededor de las doce del mediodía, y minutos después llegó Jorge Barón —estudiante uniandino de derecho y ciencia política e hijo menor, y homónimo, del famoso presentador colombiano Jorge Barón— y uno de los representantes del comité interpartidista del Centro Demócratico en la universidad. A la una de la tarde se dirigieron a la estatua de la Pola y le pidieron al vigilante de turno que les cuidara sus maletas.


Gracias a su experiencia como escalador profesional, Cárdenas subió a la estatua con facilidad. “Yo solo me acuerdo una cosa: la satisfacción que sentí cuando me dí cuenta que no era aerosol, sino pintura. Cogí la esponja y ‘tin’, quitó de una. No me tocó hacerle ni fuerza ni nada”, recuerda el estudiante.


También le removieron los pañuelos, y los dejaron en una de las bancas que se encontraban en el lugar. “De las marchas de Febrero, aprendí que no es mejor tirar banderas, sino mejor tratarlas con cuidado, porque es la ideología de cada uno”, dijo el estudiante de arquitectura.


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Sebastián Vargas, profesor de la Universidad del Rosario, piensa que una parte importante de la iconoclasia se enfoca en destruir o intervenir monumentos históricos, que además de ser obras de arte, ayudan a recordar el pasado. Sin embargo, los monumentos y estatuas en las ciudades también contribuyen a crear una historia oficial.


En el caso de Colombia, por ejemplo, durante el Paro Nacional del 2020 y 2021 se empezó a generar una discusión en torno a las “pintas” realizadas en estos monumentos. Para algunos historiadores del arte, el hecho de que estas construcciones sean atacadas, interrumpidas, cuestionadas o resignificadas contribuyen a la construcción de una contranarrativa.


La historia siempre ha estado contada por la boca de los “héroes” o de los ganadores, pero esa idea ha sido cuestionada con el paso del tiempo. Por ejemplo, escritoras feministas anticoloniales postulan que la historia siempre ha sido escrita a través de una perspectiva blanca, de clase alta y patriarcal, lo cual ha hecho que varias mujeres y sus luchas hayan sido invisibilizadas. Para esta visión, el hecho de intervenir estas estructuras de corte tradicional es una forma de visibilizar sus causas y de convertirse en agentes políticos directos, usando la ciudad como el eco de su voz.

“Muy pocas mujeres en la vida política de este país son reivindicadas, muy pocos monumentos como el de La Pola hay en la ciudad (por el contrario, estamos rodeadas por monumentos de hombres), entonces encontrarnos en estos espacios tienen un significado especial a nivel político, simbólico e iconográfico. El hecho de que La Pola esté presente nos da la posibilidad de habitar en la rebeldía que ha existido durante los últimos 200 años y de resignificar estas figuras para nosotras, incluso cuando en muchas situaciones se nos ha querido borrar su presencia o alejarlas de nosotras”, afirmó Ana María Rodríguez, historiadora, magíster en derechos humanos y miembro de la colectiva feminista La Poderosa.

Sin embargo, para algunos estas acciones son consideradas como actos vandálicos. En Colombia no hay una definición legal de lo que es el vandalismo, pero el daño a la propiedad si es castigado: en el código penal, aquellos que incurren en dichos actos pueden enfrentarse a penas entre los 16 y 90 meses de prisión, además de una sanción monetaria que puede ascender hasta los 37.5 salarios mínimos legales mensuales.

El asunto del cuidado del patrimonio histórico no es un debate nuevo. Ya en el pasado —reciente y lejano— el tema ha hecho parte de la agenda legislativa del país. Por ejemplo, a mediados del siglo pasado se promulgó la Ley 163 de 1959, la cual velaba por la protección de los monumentos y castigaba penalmente a quienes los dañaran. Años más tarde, con el Paro Nacional, el exrepresentante a la Cámara por el partido Liberal, Víctor Manuel Ortiz, trató de sacar una ley que buscaba aumentar las penas de prisión por daño o destrucción de dichos bienes.

El abogado constitucionalista, profesor y columnista Rodrigo Uprimny cuenta que anteriormente las autoridades tenían el poder de disolver las reuniones o manifestaciones que se volvieran tumultuosas o bloquearan vías, pero eso cambió. “La nueva Constitución reconoció que las personas tienen el derecho fundamental de reunirse y manifestarse pacíficamente, sin necesidad de autorización previa. Además, estableció que cualquier restricción a este derecho debe tener una base legal válida. Incluso en situaciones de emergencia o estados de excepción, la protesta no puede ser tratada como un delito”, postula Uprimny.

Sin embargo, hay personas que creen que actos como las “pintas” a los monumentos no deberían estar amparados bajo el derecho a la protesta o la libertad de expresión y deberían considerarse como actos vandalicos.

Los actos ocurridos en La Pola claramente denotan un exceso en los límites de la protesta. La protesta es un derecho que todos tenemos, pero el derecho ya termina cuando se irrespeta el patrimonio cultural, los bienes privados o la misma integridad y vida de las personas. En este caso lo ocurrido en la Pola es vandalismo claro y hubo como tal un daño a un patrimonio”, opina Jorge Barón.

Barón es el menor de los hijos de Jorge Barón, el presentador de televisión conocido por su programa “El Show de las Estrellas”. Este joven admirador del ex presidente Álvaro Uribe se ha logrado labrar un camino en la política como columnista en Semana y como miembro del comité uniandino del partido del Centro Democrático.

Al entrevistarlo, él reiteró que no está en contra de los principios que fundamentan la lucha feminista, pero sí de algunas formas en las que esta se da a conocer. Entiendo todas las luchas sociales que ellas tienen, porque por ejemplo, en materia laboral es claro que en Colombia no hay igualdad entre hombres y mujeres. Eso es un hecho y una razón para luchar. Pero no se puede luchar destruyendo el Transmilenio, uno no puede luchar destruyendo una estatua porque la estatua no les ha hecho nada”.

Este pensamiento lo comparte Cárdenas: todo es protesta, hasta que algo (en este caso, el monumento) se dañe. Pegar un cartel no es dañar, montarse en un sitio no es dañar… ¿Qué es dañar? romper algo o rayar algo. Si ellas pueden rayar, pueden hacerlo en una cartulina y pegarla para así evitar el daño al monumento. Si ellas van a rayar, perfecto, dejémoslas rayar; pero también que nos dejen limpiar.

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En el pasado, La Pola ha sido el escenario de varias intervenciones políticas: le han puesto bufandas rosa en conmemoración a las mujeres que han fallecido por cáncer de mama, le han dejado flores por las escaleras en conmemoración a las que ya no están. También ha sido testigo de arengas, denuncias y performances. Para las mujeres, su estatua ha sido el símbolo de luchas en las que alzamos nuestra voz.

Sin embargo, todo tiene un límite: una cosa es poner un mensaje, y otra es tallar la piedra hasta hacerle cicatrices.

Lo personal es político


La segunda ola de feminismo defiende el postulado de que “lo personal es político”, lo cual hace alusión a que las experiencias personales de las mujeres están conectadas con la subordinación que enfrentan en la sociedad. Por ejemplo, situaciones de acoso y violencia doméstica son el reflejo de la opresión sistemática de las mujeres en la sociedad.


Existe un lugar común en una parte de la ciudadanía que cree que la belleza de los monumentos radica en su naturaleza estática, ya que la idea de una sola narrativa nacional que se mantiene intacta a lo largo del tiempo es lo que genera el aprecio de las personas. Sin embargo, cuando colectivos feministas irrumpen en estos símbolos de "tradición", se nos muestra otro tipo de apego hacia estas imágenes: la conexión de estas figuras históricas con las luchas propias.


Siendo [La Pola] mujer, ¿por qué no puede entrar dentro de una lucha colectiva de mujeres? Siento que que por eso le pondría en su pañoleta, morada y verde”, afirma Acuña.


En el marco del Paro Nacional del 2021, murales y varias muestras artísticas críticas fueron limpiadas. Ante los ojos de muchos de los manifestantes, aquellas acciones eran consideradas censura o borrado histórico.


"El espacio público, las calles y las paredes son medios de comunicación, y creo que todo lo que se hace en ellos envía un mensaje: no solo lo que escribimos nosotros, sino también las acciones de la gente. En el caso de los tres chicos, al limpiar estos mensajes de apoyo a la lucha feminista —y las demandas de garantías de los derechos de las mujeres— lo que se quiere es borrar aquellos escenarios de reivindicación que tenemos. Es silenciar aquellas voces que de pronto no encajan con las miradas tradicionales”, dice Ana María Rodriguez de La Poderosa.

Ante las críticas por su acción de limpiar los graffitis de La Pola, Jorge Barón afirmó que el video tenía el objetivo de expresar su molestia ante la falta de atención de la Secretaría de Cultura hacia otros monumentos históricos que también han sido vandalizados con graffitis.

“Yo tengo esperanza de que realmente el distrito reflexione sobre esta situación, porque como es posible que rayen esa estatua, y dura cuatro meses rayada. ¿Por qué la limpiaron en cuatro días? sencillo, por el escándalo”, cuenta Barón.

Antes la lluvía de críticas que le llovieron a Barón por cuenta de su actuar, algunas incluso desde la Facultad de Artes de los Andes, el joven estudiante cuestionó la falta de participación de estos actores en el cuidado del patrimonio público: “¿Dónde está la facultad de artes que tanto me criticó por supuestamente dañar el patrimonio cuando la estatua estaba rayada? ¿Dónde están ellos cuidando de la estatua?”.

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Otro evento que también causó polémica fue la aparición del candidato a la alcaldía Diego Molano en uno de los videos de Barón. Una fuente del entorno de Cárdenas contó que este es cercano al controvertido ex ministro de defensa Molano, quien es candidato a la Alcaldía en estas elecciones.

Ante esto, cabe la pregunta de si las acciones de Barón y Cárdenas llevan aparejadas una intención electoral. Barón le aclaró al periódico que no se iba a lanzar a ningún cargo político. “No me voy a postular a ningún cargo. Yo estoy aquí estudiando juicioso mi derecho y mi ciencia política. No hice lo de La Pola por politiquería, yo solo lo hice porque quería ver la estatua limpia”.

Ante esa misma pregunta, Munir Cárdenas respondió lo siguiente: “Esto es una pendejada. No deberíamos estar politizando las acciones: solo limpiamos y ya”.


Calladitas se ven más bonitas


“Yo fui la de la idea de ponerle el pañuelo azul, ya que pues también es un tema un poco personal: las feministas siempre le ponen el pañuelo verde o morado en sus manifestaciones, y yo dije ‘por qué nosotros no le ponemos el pañuelo azul’. desde mi perspectiva histórica, creo que si La Pola estuviera viva hoy en día, es poco probable que se identificara como feminista”, cuenta Gabriela Bisendicheck con cierta seguridad en su rostro mientras arregla el pañuelo azul que hay en su maleta.

Gabriel Bisendicheck es estudiante de cuarto semestre de gobierno y asuntos públicos de la Universidad de los Andes. Tiene veinte años, el pelo negro y la piel pálida. En el famoso video, aparecía con el pañuelo celeste atado al cuello (símbolo significativo del movimiento provida). En este, había dicho abiertamente que era anti-feminista —postura en la que se mantiene firme hasta el día de hoy a pesar de las críticas

En los últimos años, el feminismo ha dejado de ser un movimiento homogéneo y ha dado lugar a distintas corrientes, tales como el feminismo marxista, radical, interseccional o liberal. Asimismo, se han creado otro tipo de agencias femeninas que no se ajustan a estos moldes, ya que no se identifican completamente con los ideales del colectivo feminista. Por ejemplo, existen feministas pro-vida, mujeres con pensamientos conservadores o tradicionalistas e incluso aquellas que se autodenominan antifeministas. Podría decirse que Bisendicheck pertenece al último grupo.

“Yo, como dije en el video, me considero una mujer antifeminista. Eso no significa que esté en contra de la igualdad entre hombres y mujeres, sino que considero que el feminismo actual no nos representa a todas —solamente aquellas que piensan igual”, dijo Bisendicheck.

Para ella, el momento que quedó plasmado en el video fue disruptor, y en su concepto lo que generó más polémica fue el hecho de que saliera una mujer antifeminista y conservadora. “Eso es muy raro, es muy raro que mujeres como yo tengan la valentía de hablar frente a una cámara y decir que no defienden las posturas que hoy en día son hegemónicas” .

Al igual que sus compañeros, ella ha criticado fuertemente las acciones de grupos feministas, y reiteró que lo que más le molestaba era que hubieran realizado graffitis en la universidad. “Entiendo que ellas quisieran manifestarse [en contra de] los feminicidios, que el aborto es un derecho o lo que ellas quisieran decir, pero ¿cuál era la necesidad de pintar la universidad? Yo estuve ese día, y tuvieron su espacio para poner los carteles y pintar de una manera que no dañara los muros. Y aún así, rayarlo de esa manera fue lo que realmente me indignó: porque es mí universidad y la de ellas”.

En sus 20 años de vida ha asistido a varias marchas —especialmente del movimiento provida y de la actual oposición— y resalta de estas manifestaciones que no hay destrucción del patrimonio. “Nunca he tenido la necesidad de manifestar mis posturas políticas por medio de pintar una pared”, afirma esta joven estudiante.

Bisendicheck y sus compañeros recibieron bastantes respuestas negativas debido a lo ocurrido con La Pola: a su pareja y a dos compañeros les tiraron huevos y una cubeta de agua encima, según esta estudiante de gobierno y asuntos públicos. Por otro lado, su bandeja de mensajes de Instagram y Twitter estaban llenos de memes y comentarios burlándose de ella y sus compañeros. Para Bisendecheck el acoso fue tan abrumador que tuvo que bloquear las notificaciones en sus redes sociales.


En torno al fenómeno del acoso de mujeres en internet, Juana Acuña postula que no todas las mujeres tienen o deben de ser feministas. “Es muy difícil hablar de feminismo siempre: vivimos en sociedades machistas, nos criamos en contextos patriarcales como los colegios, las universidades, las familias, las relaciones de pareja… y un poco desprenderse de eso es difícil, no solo para las feministas sino para todas las personas. Hay un miedo infundado de lo que nosotros queremos lograr, lo cual ha generado discursos de alas más conservadoras que lo que buscan es infundir miedo sobre lo que en realidad es el feminismo, y alejar a la gente de la lucha”.

Por otro lado, Acuña también considera que varios de los símbolos y performances en las marchas feministas pueden resultar agresivos. “Hay consignas muy violentas dentro de las protestas feministas con las que muchas mujeres no se sienten identificadas, en las que sigue reproduciendo el odio cuando lo que estamos buscando es no seguir reproduciendo ese odio”, señala la antropóloga .

“Las cosas en las que me etiquetaban o publicaban eran desagradables. Lo consideraría bullying o acoso, y fue bastante feo. Recibí comentarios desagradables de mujeres feministas que decían que estaba mal, que buscaba aprobación masculina y que criticaba a las feministas sin saber nada sobre el feminismo, cuando en realidad paso la mayor parte de mi tiempo estudiando y leyendo sobre el feminismo en la universidad”, cuenta Bisendecheck.

Ella resalta que esa discriminación no solamente se quedó en las redes sino que también llegó a las aulas de sus clases, por cuenta de la defensa de posturas que ella considera diferentes, o por llevar un pañuelo azul en la maleta

“Puede resultar incómodo sentir las miradas y escuchar comentarios a tus espaldas. Por ejemplo, me encontraba en clase (eso fue justo después de la subida del video), y justo todas las chicas feministas de mi clase me estaban mirando con esa cara de ‘por qué no mejor te pierdes’. Después de estas experiencias, he aprendido a ser más cuidadosa y evitar conflictos”, cuenta Bisendicheck.

“Ese ambiente de competencia que nos impuso el patriarcado ha dejado pequeñas cicatrices en la mujeres, hasta el punto que hay algunas que pertenecen al movimiento que replican aquellas actitudes que critican a capa y espada: rechazan mujeres que no piensan igual, ignoran que hay otras formas de opresión que afectan a las mujeres, como la raza o la clase social —feminismo blanco—, e incluso excluyendo a otras identidades de género —TERFismo—”, comenta Ana María Rodriguez.

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La lucha por la Pola se ha convertido también en una cruenta batalla por la conquista de imaginarios públicos, una disputa por el poder de nombrar las cosas y de controvertir imaginarios públicos. Como si de un florero de Llorente moderno se tratara, la estatua ha cobrado una dimensión simbólica de la buscan apropiarse fuerzas en tensión dentro de la Universidad —y en la sociedad en general—.

Al final las pintas se difuminaron de aquella estatua: sus paredes blancas tienen una que otra cicatriz y el pañuelo que cubría su cuello ahora se encuentra atado en la correa de mi maleta.


 

Por: Laura Valeria Tabares


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