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El Uniandino

La Rebelión: un viaje sutil a la intimidad del Joe

Era una fría noche de octubre en la cinemateca de Bogotá. Un espacio tan alternativo y un tanto solitario sonreía entre la brisa de la oscuridad que olía a estreno colombiano en pleno festival. Abrió sus puertas a su mejor sala que con público a tope recibió a espectadores ansiosos por ver el biopic del Joe Arroyo que a manos de José Luis Rugeles apuntaba a salirse de toda convención. Promesa que fue cumplida a cabalidad.



Este largometraje desarrolla la historia ambientada siempre en las habitaciones del Joe. Habitaciones, con el sentido más literal que esto conlleva. Ese espacio en el que las actividades suponen un lugar de encuentro con la cotidianidad del ser humano. Pero, como es de esperarse, la vida de excesos de una personalidad como el Joe, expone rasgos diferenciales. La estética de collage cobra relevancia con la yuxtaposición de escenas en una línea narrativa novedosa. Esta novedad se argumenta precisamente en la resignificación del concepto de collage, ya que los espacios vacíos entre las tomas son llenados con un fluido tránsito a través de aspectos centrales del protagonista como la masculinidad, la música y la raza. Lo anterior en un baile sutil cargado de música que en algún punto se puede dudar si es extradiegética o no. En otras palabras, estamos frente a una experiencia gráficamente narrativa que a pesar de ir dando saltos nunca cae.


La carga conceptual de una película con este estilo narrativo es también un componente importantísimo. Desde este lugar de enunciación del hombre negro compositor se puede evidenciar como tanto los tránsitos como las mismas escenas evalúan los altos y bajos de la presencia de un cantante que viaja por el mundo y canta sobre ello. Con una muestra de la masculinidad desde el frenesí de las escenas sexuales hasta la introspección de la pérdida y el duelo es posible explorar tanto los puntos más altos como los más bajos del Joe.


Así mismo, las habitaciones se enuncian como motivo de lo íntimo, de ese espacio de distensión, casi como el exhalar después de la vida caótica. Hay, entonces, una corta presencia de la tensión mínima del inhalar como alegoría del proceso de absorber todas las preguntas del exterior. Mientras que abunda el exhalar como la despreocupación de soltar. Justo en este espacio es posible conocer al personaje a través de la vulnerabilidad que supone el acto de abrirse para dejar salir.


En esta exposición de la distención del Joe dentro de la velocidad de su cotidianidad se presenta una exploración de la genialidad y el ingenio de este artista. Con respecto a esta exploración es preciso establecer que la novedad de este biopic radica de manera importante en la presentación de la realidad desde la perspectiva inventiva del cineasta. Así, en uno de los fragmentos más memorables del largometraje podemos ver el mecanismo del cineasta para crear espacios imaginarios que exalten la genialidad del Joe como compositor de una canción que es símbolo dentro de la idiosincrasia colombiana: Rebelión.


De esta manera, al convertirnos en audiencia de este filme, aprendemos de manera sorpresivamente implícita la manera de dialogar desde lo que no se dice. Es decir, sentarse frente a una pantalla que, si bien trae una realidad como base contextual, en este caso pretende que dejemos de lado lo preconcebido y nos acerquemos a las nuevas luces que nos brinda el director frente a una historia ya conocida. Con solo el comienzo del largometraje es posible vislumbrar esa petición de que nos desliguemos del formato audiovisual comercial que conocemos a la hora de narrar la vida de un artista.


Con sala llena y aplausos cerca de la medianoche, la sala capital de la cinemateca de Bogotá nos recordó porqué el cine es una palabra tan acogedora como para pensarla solamente desde lo extranjero. La calidez de una narrativa que contiene puntos de encuentro con su audiencia desde un mismo discurso de país conlleva una emoción que no podemos perder.


 

Por: María José Huérfano


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