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El Uniandino

Narrar con imágenes: la fotografía de guerra en Colombia

Actualizado: 9 ago 2023

Colombia lleva 60 años intentando descifrar cómo narrar la historia de su violencia. Una de esas maneras ha sido el registro fotográfico del conflicto armado interno. En el año 2003, la escritora estadounidense Susan Sontag publica el libro Ante el dolor de los demás, un célebre ensayo en el que construye un análisis sobre la fotografía de guerra.


A través del testimonio de tres fotógrafos que desde distintas orillas han vivido y narrado el conflicto, el texto de Sontag sirve como base para crear un diálogo en torno a lo que significa ser un fotógrafo de guerra en Colombia. Este artículo es un intento más por descifrar las maneras en que nos hemos enfrentado a décadas de horror de la mano del análisis de Sontag.


Fotografía de Federico Ríos

Corría julio del 2012 cuando en las montañas del municipio de Jambaló, a 80 kilómetros de la ciudad de Popayán, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) derribaron un avión del Ejército a dos horas de la visita del entonces presidente Juan Manuel Santos, ad portas del inicio de las negociaciones del proceso de paz. Federico Ríos, actualmente fotógrafo para el New York Times, y en ese momento fotoperiodista independiente, se dirige a la zona del siniestro con un comité de la Cruz Roja que busca reclamar los cuerpos de los militares caídos. “Las FARC entregan el cadáver a la Cruz Roja, en ese momento el Ejército aprovecha el intercambio y ataca a la guerrilla. Entonces, quedo en medio del fuego cruzado”. Así lo relata Ríos 10 años después en el restaurante de un hotel en Bogotá. Sigue, “Estamos tendidos en una loma, viendo a las FARC detrás de nosotros y al Ejército delante, por encima están volando balas del Ejército y de la Guerrilla. Ese es mi primer encuentro real con los guerrilleros”.


Federico Ríos ha dedicado su vida profesional a hacer fotoperiodismo en Colombia y en América Latina. Uno de sus trabajos más conocidos es el libro VERDE, una compilación de fotografías que retratan, durante 10 años, a las antiguas FARC. Al preguntarle por qué decide fotografiar a las FARC, Federico me contesta entre los tintineos de los cubiertos en la mesa: “Yo siento que en ese entonces no entendía a profundidad quiénes eran las FARC, nadie hasta ahora me lo ha explicado de forma suficiente, ni en la fotografía, ni en el periodismo, ni en la crónica. Hay algo que necesito entender, yo sigo preguntándome quiénes son estas personas [...]”.


Mientras década tras década la guerrilla ganaba protagonismo en las páginas de la violencia en Colombia, en el imaginario popular, el mayor temor era caer en manos de las FARC y ser víctima de secuestro, reclutamiento o asesinato. “Las FARC aparecían como un monstruo que hacía dos cosas: secuestrar y matar. Para mi era inexplicable cómo ese monstruo que secuestraba y mataba podía habitar en las selvas sin que los campesinos, que eran víctimas de ese monstruo, dijeran nada”.


Se topó una y otra vez con escenas como la mencionada más arriba ocurrida en Jambaló, pero también con otros cuadros típicos en las filas de la guerrilla: un niño de quizás 12 años cargando un fusil, una mujer combatiente fumándose un cigarrillo, dos guerrilleros secando la ropa. “La imagen siempre se elige; fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir”, dice Sontag. Y sí: tras cada fotografía de Ríos hay una decisión deliberada que busca retratar la guerrilla más allá de las mayúsculas de los titulares, y en su lugar huye con su cámara del lugar común del guerrillero como blanco de ataque, excluye lo obvio y en cambio, lo humaniza en su cotidianidad.


Ríos podía durar días observando, minutos enteros sosteniendo la cámara en un punto fijo, en una persona. Le puso rostros y rutinas a aquello que desde las noticias se veía terrorífico y abstracto a la vez. Desde el lente sigiloso, empezó a ampliar el foco sobre aquello que se veía blanco y negro para así contar la historia en minúsculas de una organización criminal.

Además de retratar a las FARC, Ríos también tuvo la oportunidad de fotografiar otros ángulos del conflicto. Por ejemplo, en una serie fotográfica titulada “Evacuación de soldados heridos por minas antipersonas” Ríos muestra el drama de las minas antipersonales desde las entrañas de una operación militar para rescatar a los soldados heridos. Son imágenes dolorosas: un soldado mordiendo una tela para aguantar el dolor; otro llorando por su compañero herido en una camilla; un médico militar inyectando al herido, todo en un helicóptero.


Sontag dice: “Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a la que se refieren (...) las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizás se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo”.


Mucho se le ha exigido al fotógrafo “hacer algo” frente a lo que ve, no permitir que las fotografías atroces existan. Sin embargo, Ríos, en diálogo con Sontag, problematiza las exigencias que se le pueden atribuir a los registros fotográficos de las secuelas de la guerra. “¿Por qué le invisten a la fotografía esa urgencia de un efectismo que no tiene? La fotografía no está hecha para solucionar las guerras: ¿para qué?, mi para qué es que todas estas manifestaciones humanas invitan a unas reflexiones compartidas en unos escenarios diferentes a los más pragmáticos de la vida”.

En octubre de este año, me encuentro por medio de una pantalla con Marcos Guevara*, desmovilizado de las FARC y, ahora, fotógrafo independiente. Inició su contacto con la fotografía desde sus años en la universidad, pero fue en las milicias urbanas de la FARC donde empezó un proceso de aprendizaje más riguroso. Es con el proceso de paz del gobierno Santos, y con la eventual firma del Acuerdo, que empieza su trabajo en libertad. “Una vez llegamos a las zonas donde nos concentramos, es decir, en Tierra Grata [zona veredal instaurada para la reincorporación] dije que quería hacer fotografía, entonces mandé a buscar la cámara y empecé a hacer fotos”.


Días después hablé con Jacinto Constante*, también fotógrafo y desmovilizado de la misma guerrilla. Jacinto trabaja en el equipo de comunicaciones del partido Comunes que surgió como apuesta política de la extinta guerrilla. Hay un punto que une a Constante con Guevara y es que durante su paso por la militancia armada las cámaras las tenían que usar con la estricta vigilancia de sus comandantes. Las fotografías estaban condicionadas a lo necesario para la organización. Es por ello que durante sus años como guerrilleros no queda casi registro fotográfico, pues las cámaras no les pertenecían y todo lo debían entregar a sus superiores.


Así como Sontag construye un diálogo entre distintas representaciones gráficas en diferentes conflictos, los tres fotógrafos desde sus orillas forman un mosaico de la guerra y el posconflicto que entra en diálogo para llegar a esa memoria que propone Sontag, pues según ella: “la memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos”. En este caso, no es sólo un recuerdo de la muerte, sino también de la vida y de lo que pudo surgir después de firmado el Acuerdo de Paz.

Fotógrafos como Jacinto Constante buscan a través del trabajo gráfico más libre, capturar y mostrar las realidades de los reincorporados. “No se trata de gustos, sino de objetivos, el objetivo es que la gente conozca que en el Estrecho Patía, hay gente que se gana la vida sembrando plátanos, limón, que tiene esperanza aunque no hayan contado con la oportunidad del gobierno para desarrollarse”.


Aunque esta mirada al otro que plantea Constante se aparta de las dinámicas de la guerra, busca precisamente hablar de una experiencia de reincorporación que da cuenta de una historia paralela y diferente al acontecer de la guerra. Algunas pinceladas sobre ello ofrece Sontag: “Toda memoria es individual, no puede reproducirse, y muere con cada persona. Lo que se denomina memoria colectiva no es un recuerdo sino una declaración: que esto es lo importante y que ésta es la historia de lo ocurrido, con las imágenes que encierran la historia en nuestra mente”. En este caso esta declaración no gira en torno a los hechos violentos, sino a cómo se viven las realidades del pos conflicto más allá de los grandes titulares. Estas imágenes contrastan el pasado con el presente y hacen un llamado sobre una marca de la historia.


Esos diálogos que inició Sontag desde el dolor se pueden ver en los fotógrafos desde otras realidades que pertenecen a la guerra, pero que no llevan al mismo lugar: “Hemos podido llegar a colegios, a universidades para contar nuestra experiencia fotográfica y contar otras realidades diferentes a la guerra. En Colombia seguir contando historias de guerra no es que no tenga sentido, sino que el país necesita conocer lo bello que hay, por ejemplo, en otras cosas que hacen que los territorios sean ricos en lo cultural, religioso y organizativo”.


La perspectiva de Jacinto Constante va por la misma línea, pues su llamado desde el trabajo fotográfico busca rescatar la memoria de comunidades como la suya, en las zonas de reincorporación, que buscan generar un nuevo capítulo de vida luego de las secuelas de la guerra y en medio del camino difícil de la implementación de los acuerdos.


Para Ríos, muy por el contrario, el valor de la fotografía radica más en su poder reflexivo e histórico, más allá del valor pragmático y solucionador que se le quiere otorgar. Dejar un registro resulta mucho más importante que otorgarle un papel salvador a un oficio que, desde el silencio, busca capturar unos segundos de realidad desde los rostros de las historias en minúscula.


*Nombres artísticos adoptados por las respectivas fuentes.

 

Por: María Fernanda Alarcón


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