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Opúsculo de cerrajería paranormal

El Uniandino

Actualizado: 15 abr 2020





“Buenas, necesito un servicio para abrir una puerta”. Así comienzan la mayoría de las llamadas que llegan al call center de La Colmena Express. En un día ajetreado, cada uno de los 27 cerrajeros que trabaja en la compañía alcanza a hacer entre 15 y 20 servicios, todo depende de lo que necesite cada cliente. Si se le cerró el carro, en cuestión de 5 minutos le queda lista. Si quiere cambiar todas las chapas de la casa, tiene que esperar entre 4 y 5 horas.


Él día en que dejé el carro cerrado con la llave adentro – un fenómeno que sucede en la ciudad más a menudo de lo que se piensa – llegó a atenderme John Salazar. El sonido de su moto rompió el silencio de la noche en Conquistadores. El cerrajero se bajó, dejó atrás su caso y se excusó porque venía de uno de esos servicios que lo demoran más de lo normal.



Delirio bajo llave


Ya había hecho más de 10 domicilios a ese apartamento detrás de la Clínica del Rosario. La hija de la dueña solía encerrarse días enteros en su cuarto a ahogarse en una depresión que le estaba lacerando la cordura. Ese día pidió el desayuno más temprano y dejó una llave pegada por dentro para que nadie interrumpiera su jornada de desencanto.


No se hacía extraño que se quedara siete u ocho horas sin salir ni cruzar palabra con nadie, pero esta vez bastaba con la intuición de su madre para tener claro que no era uno de sus encierros comunes. John abrió la puerta. Vio el cuerpo de la joven colgando de la lámpara en la mitad del cuarto, con la vida carcomida por su trastorno emocional.


La tranquilidad de John no parecía verse afectada por el traumático suceso que recién había vivido, sino más bien por el hecho de que, en esos casos donde se necesita la intervención de la policía, el pago del servicio se retrasa.



Seducción a puertas abiertas


La instalación de cerraduras es la tarea que más tiempo requiere en el menú de La Colmena. Una sola puede tomar como mínimo media hora, dependiendo de si es una chapa común o de seguridad. Por lo general, en la casa dejan encargado a alguien para recibir el servicio cuando es un día de semana.


John llegó muy temprano a la dirección que le habían dado en el call center. Lo recibió el ama de casa en un atuendo que resultaba muy formal para las 7 de la mañana. Su esposo se había ido de viaje y ella llevaba varias semanas sola. Mientras John desarmaba la primera chapa, apareció la mujer a ofrecerle desayuno, se sentó con él y estableció una conversación más íntima y sugestiva de lo que él – o cualquiera – consideraba pertinente.


Cuando terminó de comer volvió a su trabajo y ella se fue a la habitación principal. Pasado un rato, la esposa, desesperada por la ausencia de un hombre, apareció en un baby doll y con una fusta de cuero trenzado pretendiendo seducirlo. John la miró arrebolado y apretó todos sus músculos – excepto uno – e ignoró el intento de su clienta de convertirse en dominatriz, porque “no puede uno andar partiendo en dos a toda la que le de papaya. Luego lo echan a uno del trabajo y por ahí derecho de la casa”.



A puertas del infierno


A John lo llamó una señora a pedir el domicilio para una casa antigua cerca del Edificio de los Espejos en plena Avenida Oriental. Lo primero que vio al entrar fue un grupo de hombres que recitaban oraciones de un robusto libro negro en un idioma que parecía ser latín. Cada uno estaba vestido con un hábito de un rojo purpureo que asemejaba el color de una copa de vino tinto. La habitación estaba iluminada por el brillo opaco de enormes cirios organizados en el suelo con un patrón irreconocible, y las paredes tapizadas con una colección de cruces al revés.


Una mujer entrada en años lo guio por un largo pasillo con varias habitaciones cerradas a cada lado hasta la puerta que debía abrir. A medida que avanzaba, lo enervaba una gélida brisa que venía desde el suelo y lo acompañó en todo el camino hasta llegar a una imponente puerta de madera oscura.


“Cuando abra la puerta, ni se le ocurra mirar lo que hay adentro. De salida le pagan”, advirtió la señora con severidad. John sacó la ganzúa con las manos temblorosas y procedió. “Cuando abrí eso, sentí una fuerza tremenda, muy rara. Me pagaron y salí volao”.



Parafilias sin candado


Son muy pocos los servicios de los que se puede esperar algo fuera de lo común en el momento en que se piden, excepto esas veces que la llamada viene de un motel.


John entró en una de las habitaciones especiales del Punto Cero. Había dos jóvenes esposadas al espaldar de una cama revestida de vibradores y otros juguetes para el placer. Una estaba disfrazada con un enterizo de látex, y la otra llevaba ligueros negros y una pelota amarrada a la boca, “tipo sadomasoquistas”, aclara el cerrajero. Una de las empleadas de servicios varios había estado intentando abrir las esposas con una pulidora sin ningún resultado. Una vez sueltas le dijeron a John, apenadas, que no era lo que él pensaba. Él tranquilamente afirma que solo estaban rezando y tomando tinto.



Cerrado como una tumba


Los técnicos en cerrajería generalmente se forman por herencia y la mayoría de los conocimientos en el arte se adquieren de forma empírica. Así es que, de vez en cuando, el cerrajero suele encontrarse con puertas que oponen una resistencia que supera sus habilidades.


Habían llamado a uno de los compañeros de John para hacer un servicio en la Policlínica de Bello. Había intentado abrir con radiografía y ganzúa. La puerta seguía cerrada. Llegó un segundo compañero y trató de perforar la cerradura. La puerta seguía cerrada. Después de un par de horas, los dos cerrajeros frustrados llamaron a John, quien llegó a “voliar” ganzúa con ellos, pero la puerta sencillamente seguía cerrada.


Los tres técnicos descargaron sus herramientas e intentaron tumbar la manigueta. La puerta seguía cerrada. Fatigados, se sentaron a pensar en las pocas alternativas que quedaban para cumplir con el servicio sin tener que tumbar la puerta.


Se abrió de golpe. Un angustioso espasmo recorrió la espina dorsal de John. Las camillas ocupadas por cadáveres sobresalían por montones de las paredes a cada lado del lugar. En lo que resultó siendo la morgue del hospital solo quedaban difuntos preparados para sus respectivas autopsias, pero nadie vivo que hubiera podido abrir.



Cantos a un encierro


Cuando hay una defunción, suelen ser muy comunes las llamadas para abrir las puertas que quedan bajo llave en la casa del occiso. En este caso, una de las hijas del hombre que murió solicitó el servicio. Habia que abrir la habitación principal y sacar todas las llaves de las puertas que se encontraban cerradas. Era un proceso habitual, abrir una puerta tras otra y hacer la llave para cada chapa. Nada del otro mundo.


Nadie había entrado a esa casa en 25 años. La desaparición de una de sus hijas relegó al hombre a un ostracismo voluntario, hasta el día en que la muerte le arrebató el derecho a mantener sus reservas.


El ordinario trabajo de rutina se vio interrumpido por una voz de mujer que embalsamó el ambiente con una melancólica melodía que venía desde el fondo de la habitación, donde unas escaleras de caracol parecían conducir a un ático inhóspito. Arriba, el sonido ensordecedor de un televisor averiado perturbaba la oscuridad de un pequeño cuarto, separado del mundo por una reja metálica. Contra la pared estaba sentada una mujer cantando desnuda, con la piel palida y la mirada perdida en el eterno encierro al que le había condenado su padre. La otra mujer que acompañaba a John rompió en un llanto histérico al identificarla como su hermana que creía ya muerta.



***

“¿Nunca necesitó un psicólogo después de alguno de esos casos?” pregunté a John, pensando en mi ignorancia frente al oficio, ahora conjeturada por el voltaje de sus experiencias. “No, no, yo no le paro bolas a eso” respondió indiferente. Abrió una ranura en la parte de arriba de la ventana de mi carro, metió un tubo de hierro con un ganso en la punta y, en segundos, pude sacar las llaves de mi Picanto y la plata para pagarle la tarifa mínima de 40.000 por el servicio.


“Tengo que irme en bombas porque una viejita se quedó afuera” dijo poniéndose su caso de nuevo. Subió a la moto y desapareció en la esquina, listo para abrir otra puerta y dejar otra historia inconclusa.



 

Por: David Mejía Rave

Opúsculo de cerrajería paranormal se publicó por primera vez en el periódico Nexos de la universidad EAFIT en su edición número 202, gracias a su generosidad este periódico puede publicarlo de nuevo.

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