En primer término, la policía en Colombia ha tenido que ejercer funciones que no son propias de su naturaleza y que son más bien las de un ejército. Durante muchos años, la policía fue casi una extensión más del ejército en contra de las grupos armados ilegales, que en cierta medida se constituían como una amenaza para el orden interno del país. Esto hizo que en su esencia se formara una concepción militar y no civil de la fuerza policial. Es por esto que su accionar y la formación que, al parecer, se le da a sus nuevos integrantes, están basadas en la doctrina del enemigo interno. Por eso es tan frecuente ver actuaciones desproporcionadas y violentas por parte de la policía cuando en las ciudades hay problemas de orden público. El mejor argumento que tengo para sustentar lo que digo es la frecuente estigmatización y criminalización de las protestas por parte del gobierno y sus seguidores. Tanto en el paro nacional del 2019, como en las protestas de septiembre de 2020 y ahora con la Minga indígena que se movilizó hasta Bogotá, funcionarios del gobierno, como el Ministro de Defensa o el Alto Comisionado para la Paz, han salido a los medios a denunciar las supuestas infiltraciones del ELN o disidencias de FARC. Es muy diciente que cuando Carlos Holmes Trujillo salió ileso del debate de moción de censura en la Cámara de Representantes, un congresista, encubierto por el cómodo anonimato que da la virtualidad, gritó emocionado “perdieron los vándalos”. Si eso no es estigmatización, no sé qué pueda serlo. Entonces, si a la policía le dicen que las marchas son de grupos ilegales y que no hay posibilidades de distinguir cuáles de los marchantes son los delincuentes, toda la protesta se convierte en el enemigo y no hay contemplaciones a la hora de actuar.
Detengámonos en el hecho de que más de 80 personas resultaron afectadas por balas oficiales, lo cual quiere decir que la policía disparó muchas veces en el contexto de una protesta ciudadana. Gracias a los videos que circulan y a la información con la que contamos sabemos que muchas de las personas muertas o heridas no tenían nada que ver con los actos vandálicos, y aunque así fuera el caso, disparar resulta completamente desproporcionado. Además de esto, los videos muestran que algunos policías volteaban su chaqueta para evitar que su número de identificación fuera visible y en otras ocasiones actuaban violentamente en alianza con actores civiles. Todas estas actuaciones no son propias del carácter democrático que debería tener una fuerza civil de policía y solo se entiende en el contexto de un enfrentamiento violento con un grupo de personas que se identifican como delincuentes y, por lo tanto, enemigos a los que se debe aniquilar.
En segundo término, creo que hay una desconexión muy grande por parte de la policía como institución con la realidad del país y de los policías como individuos con sus propias realidades. Empecemos por los agentes en tanto individuos. ¿Cuáles son las condiciones laborales de los policías de menor rango en Bogotá? ¿Cuántos niños pequeños que se ven tiernos disfrazados de policías en Halloween al crecer desean pertenecer a la institución? ¿Cuántos niños dicen que cuando sean grandes quieren ser bomberos o policías y al cumplir los 18 años siguen teniendo ese sueño? ¿Cuántos de los que siguen deseando eso lo hacen porque es su única alternativa para lograr un ingreso, un ascenso social o un status en este país de tan pocas oportunidades laborales y de estudio? Las protestas también buscan dignificar un poco la vida de los que tuvieron o quisieron ser policías en Colombia. Pero la institución en general está igualmente desconectada de la realidad, porque el poder que ostentan ha invertido el orden natural en el que la policía debería servir a los ciudadanos al verlos como inferiores o dominados.
El tercer factor puede dar ciertas luces sobre este último punto y es la masculinidad dominante presente en este tipo de instituciones. La policía en prácticamente todas sus acciones expresa una concepción masculina del poder y de la autoridad, es decir, la capacidad de usar la violencia sobre otros, de dominarlos físicamente. Esto se puede ver desde cosas tan simples como el corte de pelo de todos los policías y militares, pasando por la seguridad aplastante con la que caminan, hablan y actúan, hasta cosas más graves como el derecho que se dan de disparar balas o proyectiles mortales contra una protesta ciudadana. Los policías, hombres y mujeres, han interiorizado que el pertenecer a un colectivo, usar un uniforme que les provee de autoridad y les deja portar armas, les da poder. Se han enseñado a que ese poder se usa físicamente, maltratando y no cuidando, reprimiendo y no previniendo, y que además se respaldan en un Estado que se fundamenta en la misma idea de poder, como el uso exclusivo y legítimo de la fuerza.
Ahora se puede ver en los CAI cartelitos con el mensaje “los buenos somos más”, y puede que así sea, pero pensemos ¿qué imagen se les viene a la cabeza cuando piensan en la formación militar? Un tipo con un rango mayor que grita a un grupo de hombres de rango menor, que no tienen contacto con sus familias, con jornadas de ejercicio físico excesivo y a quienes les repiten incansablemente que en la policía se forman hombres fuertes y no mariquitas. Pues bueno, por eso nos va como nos va en las protestas.
Por: Juan Felipe Monroy. Magíster en Ciencia política e integrante de Enlazadas: Red Nacional contra las violencias basadas en género.
Excelente texto, realmente objetivo. Muchas gracias a su creador y a El Uniandino.😀
Sin lugar a dudas su contenido se ratifica hoy por hoy con lo sucedido en las protestas.