Camilo Andrés Durán es abogado y estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo. Aquí su columna "¡Que tiemble el Estado!". Para contestar la columna envíe su propuesta a periodicoeluniandino@gmail.com.
Reconocer qué es el Estado-Nación, cómo se ha construido y a quién ha representado, es fundamental para entender el panorama político colombiano de cara a las elecciones presidenciales del 2022. Debatir sobre el concepto mismo de Estado no ha sido parte de la agenda política de quienes han aspirado a la presidencia o al Congreso, fundamentalmente porque su visión de Estado como unidad política suele coincidir; en lo que sí suelen discrepar es en aquella función que el Estado debería cumplir, es decir en el proyecto de Nación. Sin embargo, la candidatura de Francia Márquez presenta tal nivel de disrupción en el escenario político colombiano que, a mi juicio, abre un debate no sólo en términos de para qué el Estado, sino sobre su concepción misma.
El Estado, como paradigma moderno de la vida en sociedad, ha sido fundamental para definir las relaciones de poder en el mundo actual. El Estado como unidad política fue nombrado por primera vez por Maquiavelo en su obra El Príncipe, sin embargo, su surgimiento ha sido relacionado históricamente con la denominada Paz de Westfalia en 1648, de donde surge el concepto de soberanía. Desde entonces diferentes teorías han surgido respecto de esta forma de organización social, incluso se ha creado un propio campo de estudio conocido como Teoría General del Estado. Pese a la diversidad de concepciones, ha primado aquella derivada de teorías modernas euro-centristas que entiende al Estado como una forma de organización social definida por una unidad jurídico-política, compuesta por una población constante y un territorio delimitado, dentro del cual sus gobernantes ostentan el monopolio de la fuerza.
Estas concepciones tienden a desligar al Estado del carácter político de su surgimiento. El Estado Nacional, explica la profesora Margarita Serje, no puede ser entendido sino en función de la economía-mundo, y en Colombia su función ha sido únicamente la de proveer las mejores condiciones para la inversión de capital. La Nación, señala Serje, se constituye “como un proyecto cultural que se ha legitimado a sí mismo a reproducir la visión de la naturaleza y de la naturaleza de sus gentes y de sus territorios sobre la que se sustentaron las estrategias y relaciones de poder que produjo la experiencia de la ocupación colonial”, y el Estado se construye justamente para la materialización de ese proyecto nacional.
Esta construcción histórica del Estado ha sido sumamente útil para legitimar los proyectos Nación concebidos a partir del discurso de desarrollo, pues este se legitima justamente desde la falsa promesa de una vida mejor derivada del crecimiento económico de la Nación. No obstante, la legitimidad del discurso ha ido perdiendo fuerza, pese a que su proyecto se ha intentado imponer a sangre y fuego. Las manifestaciones que iniciaron en el 2019 y que volvieron a tomar fuerza este año son muestra de la desaprobación de un proyecto nacional que pocos beneficios trae para las grandes mayorías. Estas constituyen la muestra más reciente de indignación de la población colombiana con un sistema que les desprecia.
La propuesta de Francia es en este sentido absolutamente disruptiva, pues contrario a la formación del Estado-Nación impuesto de arriba hacia abajo, del centro hacia la periferia, su movimiento propone una visión colectiva de sociedad desde los mandatos populares de todos los espacios geográficos de lo que hoy conocemos como Colombia. Por esto mismo, las fuerzas tradicionales que han logrado consolidar el Estado como una herramienta útil en su propio favor, buscan deslegitimar la candidatura de una mujer negra y caucana. En sus cabezas es inconcebible que el proyecto de nación no esté guiado por la acumulación de capital, sino por la vida y el cuidado, pues pone a temblar las bases bajo las que ellos han construido y manejado el Estado.
La esperanza está puesta en las elecciones del próximo año, pero desde ya el movimiento Soy Porque Somos abre un nuevo espacio para la política en Colombia, el de la ontología política. Esto es un espacio en el que se reconocen otras formas de ser y existir como válidas en la arena política, y no solo aquellas concepciones que han sido legitimadas por la ontología de la modernidad. Esta ontología, explica Arturo Escobar, construida sobre supuestos como la primacía de los seres humanos sobre los no-humanos, de algunos seres humanos sobre otros, la separación del individuo autónomo de la comunidad, la creencia en el conocimiento objetivo, la razón y la ciencia como los únicos modos de conocimiento válido, y la construcción cultural de la economía como un reino independiente de la vida social, ha devenido en la construcción de un universo. Este universo, esta única posibilidad de ser y existir, parte de rechazar ontologías diferentes porque perturban su misma construcción.
La apuesta entonces radica en pasar del universo al pluriverso, es decir, propender por un mundo donde quepan muchos mundos, mundos en los que se pueda coexistir en dignidad y en paz, superando el patriarcado, el racismo y toda forma de discriminación, como señalan algunos de los principales exponentes del post-desarrollo. El siguiente paso debe estar encaminado a repensar las bases fundacionales de nuestra organización social, y avanzar hacia formas de vida colectivas que reconozcan la posibilidad de futuros diferentes en sociedad. Trascender hacia el Pluriverso, abriendo un campo a la ontología política, pasa por reconocer en el día a día la importancia de escuchar y abrazar la diferencia, invitación con la que cierro esta columna. Escuchar, porque como señala Alfredo Molano, es escuchando a la gente, no estudiándola, como verdaderamente se aprende; y valorando positivamente la diferencia, como afirmaba Estanislao Zuleta, no entendiéndola como un mal menor, sino como aquel elemento que enriquece la vida e impulsa la creación y el conocimiento.
Por: Camilo Andrés Durán. Abogado y estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo.
*** Esta columna hace parte de la sección de Opinión y no representa necesariamente el sentir ni el pensar de El Uniandino.
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