Oscar Wilde pensaba que revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte, pero Greta Gerwig parece haberse dispuesto a realizar Lady Bird para contrariarlo. Con una filmografía austera, un diálogo audaz y una actuación que envuelve al espectador, este filme nos regala un recorrido por la memoria de la directora a través de una historia con una trama tan común y tan reutilizada que hace casi imposible imaginar que pueda resultar tan atractiva.
Lady Bird no destaca particularmente por su filmografía o por lo novedoso de su historia, por el contrario, se aleja de lo ostentoso y se refugia en lo discreto, en un retrato tan acertado de la vida que dificulta distinguirla de un documental. Y es ahí donde reside la magia del trabajo de Gerwig, en una historia repetida y contada mil veces, en muchos tonos y rodeada de muchos artilugios, pero nunca con la simpleza y la honestidad de quienes escriben y actúan desde el corazón. La historia nos trae a la típica chica adolescente de un pueblo pequeño (Sacramento) en medio de California, enceguecida por su esnobismo y empecinada en salir corriendo hacia la Costa Este con el objetivo de conocer el mundo y vivir esa vida soñada y emocionante que solo la imaginación adolescente, aún libre del duro encuentro con la cruda realidad de la adultez, puede maquinar. Sin embargo, no se debe confundir, ni siquiera por un segundo, un trabajo simple con un trabajo simplón. Lady Bird es una hermosa y cuidadosa carta de amor y agradecimiento de su directora al lugar que la vio crecer, al lugar que vivió con ella sus primeros amores, que compartió con ella sus primeras lágrimas y que la acompañó en ese periodo misterioso y bellamente caótico de la vida que es la adolescencia. Siempre he pensado que las ciudades, más que sitios físicos, son experiencias y es por eso que cada una es diferente dependiendo de los ojos de quien la mire y la habite. Es de esta forma en la que la directora californiana parece no hacer el menor esfuerzo en ocultarse detrás de su obra; En vez de ello, nos regala un recorrido por la memoria de su Sacramento, desplegando su vida en el filme como si pintase sobre un lienzo en blanco. Sam Levy, director de fotografía, recuerda que Gerwig quería que la cinta se viera “como un recuerdo” y por esto le dio a su equipo creativo anuarios escolares, fotos y diarios, además de que los hizo realizar un recorrido por el pueblo asegurándose de incluir su casa de infancia. Es así como el trabajo de la película es simple en el sentido que no se sustenta en artilugios para tratar de venderse más allá de lo que es, una hermosa historia que vive en el recuerdo y toma forma en el corazón. Lady Bird se basa en una fórmula repetida cientos de veces, pero es el cuidado y la sagacidad con la que se trabaja la obra lo que permite separarla de los muchos otros intentos fallidos de representar la historia. Dentro de estos detalles, la dicotomía –cualidad tan característica de la adolescencia– de Lady Bird a la hora de definir su identidad como una persona única e individual, pero siempre tan influenciada por aquellos que la rodean, es probablemente la que más resalta a lo largo de la cinta. El afán de Lady Bird de desligarse de esta idea de chica pueblerina la lleva a estar en constante choque con aquellos que tiene más cerca y ejercen más influencia sobre ella, particularmente su madre.
Este personaje, interpretado por Laurie Metcalf, es sin duda alguna una de las piedras angulares sobre la construcción de Lady Bird, porque ¿cómo se podría hablar del desarrollo de un adolescente sin hablar de sus padres? Marion McPherson (Metcalf) tiene una relación conflictiva con Lady Bird, como la tienen todas las madres con sus hijas adolescentes, y Gerwig hace uso de toda su creatividad y su negro sentido del humor para dejarlo muy en claro al iniciar la película. En la escena introductoria madre e hija pasan, en cuestión de segundos, de compartir un bello momento al llorar juntas con el final del audiolibro The Grapes of Wrath a comenzar una fuerte discusión que tiene su punto cúspide cuando Lady Bird salta del carro en movimiento con el único propósito de no continuar hablando con su madre.
La relación conflictiva entre madre e hija se mantiene viva a lo largo de toda la película pues la directora entiende a la perfección lo fundamental de esa relación en el proceso de desarrollo del personaje de su historia. Lady Bird se siente constantemente señalada y atacada por su madre, quien tiene una forma directa y severa de dirigirse a ella, pero al mismo tiempo se preocupa constantemente por su bienestar. Y es en este punto donde brillan los pequeños detalles que cuida particularmente la directora y que son los que destacan a Lady Bird por encima de muchos otros intentos en su género. El personaje de Marion no se construye romantizando la idea de la madre severa y amorosa, por el contrario, se aleja de artilugios simplones como este y nos regala un personaje complejo, con sus aciertos y sus errores, con sus dolores y sus felicidades, nos regala a un ser humano.
La construcción del personaje de Marion pone los cimientos para que la increíble actuación de Metcalf construya sobre ella un personaje memorable. Es desde la difícil situación de Marion que logramos entender su compleja relación con Lady Bird. Hija de una madre abusiva, madre de una hija caótica, esposa de un hombre desempleado que sufre de depresión y cabeza de una familia que busca constantemente mantenerse a flote económicamente. En medio de una historia tan compleja y difícil que solo puede suceder en la vida real, el personaje se reafirma constantemente como la piedra angular que sostiene la familia, no solo desde un punto de vista económico, sino desde un punto de vista social. No es difícil reflejar en este personaje las historias de muchas madres, mujeres que desde el silencio cargan con el peso completo de un hogar, desde el sacrificio y la resiliencia se convierten en el pegamento que mantiene unida la familia. Marion corrige a Lady Bird, choca constantemente con ella buscando que sea su mejor versión, pero al mismo tiempo la cuida y la acompaña en los momentos difíciles con la ternura y el amor particular que solo una madre puede dar.
Sin embargo, Gerwig se rehúsa a caer en lo simplón dándonos una figura materna que podría rozar con la idea de mártir y se aferra firmemente a su premisa de humanizar a sus personajes. Marion es una madre amorosa, pero también es una madre posesiva. Hace su mejor esfuerzo por mantener a Lady Bird a su lado, rompiéndose por completo cuando esta es aceptada en una universidad al otro lado del país. La figura de madre sacrificada y amorosa desaparece y afloran los deseos posesivos que viven en todas las madres, anhelando tener a su hija al lado para toda la vida, de dirigir su andar y dictaminar su destino. Marion oculta su enojo en el hecho de que su hija le oculta su postulación, pero parece más que claro que esto no es sino una fachada ante el dolor que siente por no poder mantener a su hija más tiempo junto a ella. El trabajo de Metcalf es particularmente brillante en estas últimas escenas, con su mirada elusiva y su expresión estoica nos regala una clara sensación de la barrera que ha puesto ante Lady Bird, podemos sentir el enojo en lo inexpresivo de sus facciones, pero, una vez que Lady Bird ha partido, se quiebra por completo y la angustia de no despedirse de su hija corrompe sus facciones con un llanto que inmediatamente pone al espectador a simpatizar con el dolor de una madre a la que se le ha roto por completo el corazón.
Son esta clase de detalles los que le dan un color particular a Lady Bird; es de la mano de actuaciones increíbles y diálogos envolventes que una fórmula simple y repetitiva se convierte en una película fascinante y que cuenta nuevamente una historia ya contada desde muchos otros lenguajes, pero nunca desde el lenguaje de la memoria que se lleva en el corazón. Gerwig pone su vida y su alma misma en la cinta, nos regala un pequeño vistazo a las reminiscencias que hay en su corazón y firma con el sello inmortal del cine una obra atemporal que con seguridad disfrutarán muchas generaciones en el futuro.
Por: Carlos Bueno
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