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El Uniandino

Y vino la verde noche

Verde.


Para algunos este color hace alusión principalmente a la naturaleza: a los bosques cubiertos de árboles frondosos, a las plantas que nacen de tierra marrón y fértil, al musgo que crece de las grietas. En términos simbólicos, a menudo este color representa nacimiento, vida, fuerza, energía. Pero sobre todo, esperanza.



Una ola de pañuelos verdes alzándose firmemente al cielo era lo primero que podía ver apenas llegabas al planetario de Bogotá. En frente del edificio se encontraba una camioneta del colectivo Jacarandas que se estaba decorada con banderines verdes, globos morados y verdes lima, además de un cartel gigante que decía “La maternidad será deseada o no será”. En esta había una tarima, en la cual se encontraba la deejay Rasureitor quien ponía música en su tornamesa. Entre los beats de hip hop de una canción de Rebecca Lane, se escuchaba un mismo grito de rabia —uno tejido por las voces de varias mujeres quienes clamaban a una sola voz: “Alerta, Alerta, Alerta que camina. La lucha feminista es de America latina”.



El 28 de septiembre, varios colectivos feministas se reunieron en la plaza de Bolívar con el fin de conmemorar el día de Acción Global por un Aborto Legal y Seguro, además de mandarle un mensaje claro al nuevo gobierno. Estos exigían la implementación integral del la reciente sentencia C-055 de 2022 del 21 de febrero de este año, en la cual se despenalizó el aborto hasta las 24 semanas de embarazo. A través de esta causa se entretejieron otros mensajes de rabia y empoderamiento en torno a otros temas que afectan directamente a esta comunidad: el abuso sexual, el racismo, la violencia estatal hacia la comunidad trans, entre otras.


Mujeres de todas las edades se hicieron presentes en esos espacios: un trío de mujeres se encontraban ubicadas en una instalación de madera. Las tres se vistieron de una forma en la que hacían alusión a la figura de la virgen maría: llevaban velos de color verde intenso, el rostro cubierto con capuchas negras y sus torsos desnudos llevaban escritos las palabras “Bendito aborto” en pintura negra.



Al fondo, una muchacha se encontraba maquillando a una niña de unos ocho años. Un puente de pedrería de fantasía color celeste decoraba su frente. Mientras la muchacha pintaba sus cachetes con brillo, la pequeña sostenía en sus manitas un osito de felpa morado que llevaba su pañoleta verde.


Mientras recorría el lugar, una mujer de unos cincuenta años se acercó a mí. Me entregó en las manos un pañuelo verde de tela brillante, de textura similar al satín. La mujer me miró fijamente a los ojos, me preguntó cómo estaba y sonrió. Se llamaba Nilda Hernández. Era enfermera y desde hace unos años empezó a acompañar a su hija a manifestaciones feministas. Entre chistes, ella me comentó que era extraño ver a mujeres de su edad en este tipo de eventos. “Mi generación siempre les ha dicho no a los jóvenes. Y les hemos negado hacer muchas cosas, sabiendo que nosotros también las hicimos a su edad: yo también fumé, tomé, lancé piedra. ¿Pero qué pasaría si les dijéramos ‘sí’? ¿Si en vez de cerrarles la puerta, los dejáramos expresarse con libertad?”.




A eso de las cinco y media de la tarde, comenzamos a caminar hacia la séptima. Un grupo de muchachas encapuchadas corrió hacia el edificio del Banco GNB, sacaron unas latas de pintura y grafitearon las paredes del lugar. El público las apoyó, y aunque llegaron personas de la alcaldía a detenerlas, ellas siguieron. “Siempre nos niegan estos espacios, por lo que al escribir sobre ellos, es para mandarles un mensaje de que nosotros podemos tomarlos. Es para decirles: ‘aquí estoy’”. dijo una de las encapuchadas.


En algunos momentos, hubo confrontamientos con algunos hombres: un grupo de muchachos se subieron a un árbol e intentaron incitarlas simulando gestos sexuales. Al verlos, un coro de manifestantes grito en crescendo “no más machos en nuestros espacios”, hasta que ellos se marcharon. Minutos después, un periodista de la Oreja Roja se acercó a pedirle una foto al mismo grupo de encapuchadas, a lo cual se negaron. “Solo periodistas mujeres”, gritaron en coro, y el resto de las manifestantes cantaron en forma de apoyo. En el momento en el que yo me acerqué, con mi pañuelo morado —y mi celular para pedirles una foto—, su actitud cambió.



Cayó la noche y las mujeres ya nos habíamos tomado el centro de Bogotá. Siguiendo la caravana de Jacarandas, marchamos con paso firme, bajo las miradas de los transeúntes que se cruzaban por nuestro camino. Recibimos el apoyo de algunos: un hombre lanzó confetti desde la ventana de su balcón. Unas calles después, la mesera de un restaurante salió del establecimiento, sacó su pañuelo y bailó mientras lo sujetaba con ambas manos. Por otro lado, los graffitis continuaron y con ellos también llegó la intervención de los policías y celadores.


La música nos hizo compañía a lo largo de nuestro camino hacia la plaza. Sonaron los primeros acordes de guitarra de “Canción Sin Miedo” de Mon Laferte y Vivir Quintanilla, una composición que se hizo popular en 2020 durante las marchas feministas realizadas en México. Todas las que estábamos presentes nos unimos a una sola voz: sentíamos cada palabra con rabia, con tristeza, pero a la vez con valentía. Cantábamos por las que estábamos y aquellas que ya no están.


Cuando llegamos a la Plaza de Bolívar fuimos recibidas por varias mujeres que cargaban en sus manos dos bengalas de humo. Las movían de un lado a otro creando serpientes de humo a su paso. Nos guiaron hacia el Congreso de la República, donde una pequeña carpa blanca con luces verdes neón nos estaba esperando. La artista urbana argentina Delphina Dib le estaba cantando “Mío” a un grupo de mujeres que con pañuelos verdes coreaban a todo volumen y movían sus cuerpos al compás de la música. Mientras tanto, a unos metros de la fiesta, cerca de la estatua de Simón Bolívar se percibía un ajetreo: una muchacha con el rostro cubierto, con una especie de pasamontañas improvisado con telas verdes, se subió y le colocó a la figura del Libertador un pañuelo verde. Ella levantó su mirada hacia el horizonte por unos segundos y alzó su puño al aire.



En ese momento, mientras transcurría esta escena casi cinematográfica, anidó en mi un sentimiento que creo le era común a todas las mujeres que estábamos en esta marcha.


Estábamos cansadas de ver a nuestras hermanas morir día a día.

Estábamos cansadas de vivir con miedo.

Estábamos cansadas de callar.


Y bajo aquel Bolívar de bronce con el pañuelo atado en el cuello, pude presenciar por primera vez la llegada de la verde noche .


 

Por: Laura Tabares




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